domingo, 2 de agosto de 2009

1Co 1, 4-9 No les falta ningún don de la gracia

(1Co 1, 4-9) No les falta ningún don de la gracia
[4] No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que él les ha concedido en Cristo Jesús. [5] En efecto, ustedes han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, [6] en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. [7] Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. [8] ´El los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. [9] Porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
(C.I.C 1692) El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por “los sacramentos que les han hecho renacer”, los cristianos han llegado a ser “hijos de Dios” (Jn 1,12 ;1Jn 3,1), “partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4). Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una “vida digna del Evangelio de Cristo” (Flp 1,27). Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello. (C.I.C 1129) La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación (cf. Concilio de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf. 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador. (C.I.C 1691) “Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (San León Magno, Sermo 21, 3: PL 54, 192-193).

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