lunes, 10 de agosto de 2009

1Co 2, 12-13 Nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios

(1Co 2, 12-13) Nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios
[12] Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios nos ha dado. [13] Nosotros no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresando en términos espirituales las realidades del Espíritu.
(C.I.C 687) "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. Él que "habló por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17; 16, 13)). (C.I.C 688) La Iglesia, Comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: – en las Escrituras que Él ha inspirado: – en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; – en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste; – en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión con Cristo; – en la oración en la cual Él intercede por nosotros; – en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; – en los signos de vida apostólica y misionera; – en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

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