(Hb 10, 35-39) Constantes en hacer la voluntad de Dios
[35] Por eso no pierdan ahora su resolución, que tendrá una recompensa grande. [36] Es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de Dios, para que consigan su promesa. [37] Acuérdense: dentro de poco, muy poquito tiempo, el que ha de venir llegará; no tardará. [38] Mi justo, si cree, vivirá; pero si desconfía, ya no lo miraré con amor. [39] Nosotros no somos de los que se retiran y se pierden, sino que somos hombres de fe que salvan sus almas.
(C.I.C 162) La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia. (C.I.C 2826) Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (cf. Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (cf. Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21). (C.I.C 2016) Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (Cf. Concilio de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la ‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, […] que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).
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