lunes, 25 de abril de 2011

Hb 10, 23-25 Sigamos profesando nuestra esperanza

(Hb 10, 23-25) Sigamos profesando nuestra esperanza

[23] Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió. [24] Tratemos de incitarnos el uno al otro en la forma de amar y hacer el bien. [25] No abandonen las asambleas, como algunos acostumbran hacer, sino más bien anímense unos a otros, tanto más cuanto ven que se acerca el día.

(C.I.C 1817) La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (Hb 10,23). Este es ‘el Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’ (Tt 3, 6-7). (C.I.C 1835) La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo. (C.I.C 1837) La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien. (C.I.C 1838) La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes creados. (C.I.C 2191) La Iglesia celebra el día de la Resurrección de Cristo el octavo día, que es llamado con toda razón día del Señor, o domingo (Sacrosanctum Concilium, 106). (C.I.C 2178) Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (Cf. Hch 2, 42-46; 1Co 11, 17). La carta a los Hebreos dice: ‘No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente’ (Hb 10, 25). “La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: ‘Venir temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración [...] Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida [...] Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos”. (Pseudo-Eusebio de Alejandría, Sermo de die Dominica: PG 86/1, 416 y 421).

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