lunes, 18 de abril de 2011

Hb 10, 1-4 La religión de la Ley contiene una sombra

Hebreos 10

(Hb 10, 1-4) La religión de la Ley contiene una sombra

[1] La religión de la Ley contiene una sombra de los bienes por venir, pero no la verdadera figura de las cosas. Por eso no puede llevar a la perfección mediante los sacrificios a los que vuelven a ofrecerlos año tras año. [2] De otro modo quedarían puros de una vez gracias a su culto; ya no se senti rían culpables de ningún pecado y dejarían de ofrecer sus sacrificios. [3] Pero no, cada año estos sacrificios recuerdan sus pecados; [4] es que la sangre de los toros y de los chivos no tiene valor para quitar los pecados.

(C.I.C 128) La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1Pe 3,21), y después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado. (C.I.C 1540) Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf. Ml 2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo, era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar una santificación definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27; 10,1-4), que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo. (C.I.C 1202) Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2Tm 1,14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf. Lumen gentium, 23; Unitatis redintegratio, 4). (C.I.C 1205) "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existe una parte inmutable –por ser de institución divina– de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de cambio, que ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de adaptar a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (Juan Pablo II, Lit. Ap. Vicesimus quintus annus, 16; Sacrosanctum Concilium, 21).

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