viernes, 29 de abril de 2011

Hb 10, 32-34 Les esperaba una riqueza más duradera

(Hb 10, 32-34) Les esperaba una riqueza más duradera

[32] Recuerden aquellos primeros tiempos, poco después de haber sido iluminados, en que tuvieron que soportar un duro y doloroso combate. [33] A veces fueron expuestos públicamente a humillaciones y pruebas, otras veces tuvieron que participar del sufrimiento de otros que fueron tratados de esta manera. [34] Sufrieron con los que iban a la cárcel, les quitaron sus bienes y lo aceptaron gozosos, sabiendo que les esperaba una riqueza mejor y más duradera.

(C.I.C 769) La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (Lumen gentium, 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, De civitate Dei, 18, 51: PL 41, 614; cf. Lumen gentium, 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (Lumen gentium, 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, ‘desde el justo Abel hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 1816) El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos […] vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (Lumen gentium, 42; Cf. Dignitatis humanae, 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo […] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

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