domingo, 24 de abril de 2011

Hb 10, 19-22 Acerquémonos con corazón sincero

(Hb 10, 19-22) Acerquémonos con corazón sincero

[19] Así, pues, hermanos, no podemos dudar de que entraremos en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús; [20] él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne. [21] Teniendo un sacerdote excepcional a cargo de la casa de Dios, [22] acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, limpios interiormente de todo lo que mancha la conciencia y con el cuerpo lavado con agua pura.

(C.I.C 2778) Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: parrhesia, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1Jn 2, 28; 3, 21; 5, 14). (C.I.C 804) Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios" (Lumen gentium, 13), a fin de que, en Cristo, "los hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios" (Ad gentes, 1). (C.I.C 816) "La única Iglesia de Cristo, [...] Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran[...]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (Lumen gentium, 8). El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: "Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de salvación, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios" (Unitatis redintegratio, 3).

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