miércoles, 7 de enero de 2009

Jn 14, 5-7 Nadie va al Padre, sino por mí

(Jn 14, 5-7) Nadie va al Padre, sino por mí
[5] Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». [6] Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. [7] Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
(C.I.C 2795) El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf. Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf. Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf. Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf. Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13). (C.I.C 1025) Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino” (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 10,121: PL 15, 1927).

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