domingo, 25 de enero de 2009
Jn 19, 32-35 Le atravesó el costado con la lanza
(Jn 19, 32-35) Le atravesó el costado con la lanza
[32] Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. [33] Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, [34] sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. [35] El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
(C.I.C 2605) Cuando llega la hora de cumplir el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente ("Padre... no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24, 43); "Mujer, ahí tienes a tu Hijo […]. Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el espíritu (cf. Mc 15, 37; Jn 19, 30). (C.I.C 694) El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados […] en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34; 1Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).
Jn 19, 28-31 Dijo Jesús: «Todo se ha cumplido»
(Jn 19, 28-31) Dijo Jesús: «Todo se ha cumplido»
[28] Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. [29] Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. [30] Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. [31] Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
(C.I.C 730) Por fin llega la Hora de Jesús (cf. Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la gloria del Padre" (Rm 6, 4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8). (C.I.C 607) Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
sábado, 24 de enero de 2009
Jn 19, 27 «Aquí tienes a tu madre»
(Jn 19, 27) «Aquí tienes a tu madre»
[27] Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
(C.I.C 969) "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (Lumen gentium, 62). (C.I.C 970) "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres ... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (Lumen gentium, 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (Lumen gentium, 62). (C.I.C 2618) El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf. Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera "madre de los que viven".
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Jn 19, 25-26 Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo»
(Jn 19, 25-26) Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo»
[25] Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. [26] Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
(C.I.C 149) Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. (C.I.C 165) Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (Lumen gentium, 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 17) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro (Redemptoris Mater, 18); y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2). (C.I.C 273) Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc1,49). (C.I.C 967) Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia" (Lumen gentium, 53), incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (Lumen gentium, 63).
viernes, 23 de enero de 2009
Jn 19, 17-24 Allí lo crucificaron; y con él a otros dos
(Jn 19, 17-24) Allí lo crucificaron; y con él a otros dos
[17] Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo, «Gólgota». [18] Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. [19] Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz. [20] Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. [21] Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos”». [22] Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está». [23] Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, [24] se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
(C.I.C 607) Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28). (C.I.C 613) La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16). (C.I.C 614) Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jn 19, 10-16 ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!
(Jn 19, 10-16) ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!
[10] Pilato le dijo: «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?». [11] Jesús le respondió: «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave». [12] Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César». [13] Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata». [14] Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey». [15] Ellos vociferaban: «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes respondieron: «No tenemos otro rey que el César». [16] Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
(C.I.C 421) "Los fieles cristianos creen que el mundo […] ha sido creado y conservado por el amor del creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno..." (Gaudium et spes, 2). (C.I.C 440) Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).
jueves, 22 de enero de 2009
Jn 19, 1-9 Debe morir porque pretende ser Hijo de Dios
Juan 19
(Jn 19, 1-9) Debe morir porque pretende ser Hijo de Dios[1] Pilato mandó entonces azotar a Jesús. [2] Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto de color púrpura, [3] y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. [4] Pilato volvió a salir y les dijo: «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena». [5] Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de color púrpura. Pilato les dijo: «¡Aquí tienen al hombre!». [6] Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo». [7] Los judíos respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios». [8] Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. [9] Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le respondió nada.
(C.I.C 423) Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (cf. 1Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad [...] Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16). (C.I.C 272) La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
Jn 18, 36-40 Mi realeza no es de este mundo
(Jn 18, 36-40) Mi realeza no es de este mundo
[36] Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». [37] Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». [38] Pilato le preguntó: «¿Qué es la verdad?». Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. [39] Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?». [40] Ellos comenzaron a gritar, diciendo: «¡A él no, a Barrabás!». Barrabás era un bandido.
(C.I.C 587) Si la Ley y el Templo de Jerusalén pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22). (C.I.C 596) Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (cf. Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
miércoles, 21 de enero de 2009
Jn 18, 28-35 ¿Eres tú el rey de los judíos?
(Jn 18, 28-35) ¿Eres tú el rey de los judíos?
[28] Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. [29] Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: «¿Qué acusación traen contra este hombre?». Ellos respondieron: [30] «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado». [31] Pilato les dijo: «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen». Los judíos le dijeron: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie». [32] Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. [33] Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». [34] Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?». [35] Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?».
(C.I.C 217) Dios es también verdadero cuando se revela: La enseñanza que viene de Dios es "una Ley de verdad" (Ml 2,6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para "dar testimonio de la Verdad" (Jn 18,37): "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1Jn 5,20; cf. Jn 17,3). (C.I.C 2471) Ante Pilato, Cristo proclama que había ‘venido al mundo: para dar testimonio de la verdad’ (Jn 18, 37). El cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2Tm 1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar una ‘conciencia limpia ante Dios y ante los hombres’ (Hch 24, 16). (C.I.C 600) Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).
Jn 18, 25-27 Pedro volvió a negarlo
(Jn 18, 25-27) Pedro volvió a negarlo
[25] Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». Él lo negó y dijo: «No lo soy». [26] Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: «¿Acaso no te vi con él en la huerta?». [27] Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
(C.I.C 2092) Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito). (C.I.C 2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él (Cf. Dt 6, 4-5). (C.I.C 1429) De ello da testimonio la conversión de San Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (cf. Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf. Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2, 5. 16). San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, “en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (San Ambrosio, Epistula extra collectionem 1 [41], 12: PL 16, 1116).
martes, 20 de enero de 2009
Jn 18, 19-24 Pregunta a los que me han oído
(Jn 18, 19-24) Pregunta a los que me han oído
[19] El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. [20] Jesús le respondió: «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. [21] ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». [22] Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?». [23] Jesús le respondió: «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». [24] Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
(C.I.C 598) La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano, I, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos: “Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales” (Catecismo Romano 1, 5, 11). “Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados” (San Francisco de Asís, Admonitio 5, 3)
Jn 18, 12-18 Que un solo hombre muera por el pueblo
(Jn 18, 12-18) Que un solo hombre muera por el pueblo
[12] El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. [13] Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. [14] Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo». [15] Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, [16] mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. [17] La portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». Él le respondió: «No lo soy». [18] Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
(C.I.C 853) En su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (Gaudium et spes, 43). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (Lumen gentium, 8; 15) y "por el estrecho sendero de la cruz" (Ad gentes, 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (Redemptoris missio, 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium, 8). (C.I.C 211) El Nombre Divino "Yo soy" o "Él es" expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28).
lunes, 19 de enero de 2009
Jn 18, 1-11 Beberé el cáliz que me ha dado el Padre
Juan 18
(Jn 18, 1-11) Beberé el cáliz que me ha dado el Padre [1] Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. [2] Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. [3] Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. [4] Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: «¿A quién buscan?». [5] Le respondieron: «A Jesús, el Nazareno». Él les dijo: «Soy yo». Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. [6] Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. [7] Les preguntó nuevamente: «¿A quién buscan?». Le dijeron: «A Jesús, el Nazareno». [8] Jesús repitió: «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan». [9] Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». [10] Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. [11] Jesús dijo a Simón Pedro: «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?».
(C.I.C 609) Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53). (C.I.C 607) Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
Jn 17, 24-26 Padre, los que tú me diste estén conmigo
(Jn 17, 24-26) Padre, los que tú me diste estén conmigo
[24] Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. [25] Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. [26] Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos».
(C.I.C 858) Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso […] y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega "apóstoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf. Lc 10, 16). (C.I.C 2749) Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la Hora de Jesús llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf. Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el “Pantocrátor”. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha. (C.I.C 2751) Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento" indisociable del Padre y del Hijo (cf. Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.
domingo, 18 de enero de 2009
Jn 17, 18-23 Padre, que todos sean uno como nosotros
(Jn 17, 18-23) Padre, que todos sean uno como nosotros
[18] Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. [19] Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. [20] No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. [21] Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. [22] Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno [23] –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí.
(C.I.C 820) Aquella unidad "que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia [...] creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los tiempos" (Unitatis redintegratio, 4). Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo (cf. Unitatis redintegratio, 1). (C.I.C 822) "La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores" (cf. Unitatis redintegratio, 5). Pero hay que ser "conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana". Por eso hay que poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 24).
Jn 17, 13-17 Conságralos en la verdad
(Jn 17, 13-17) Conságralos en la verdad
[13] Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. [14] Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. [15] No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. [16] Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. [17] Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
(C.I.C 2853) La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 10). " Él se lanza en persecución de la Mujer" (cf. Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20), ya que su Venida nos librará del Maligno. (C.I.C 2456) “El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras. (C.I.C 611) La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Concilio de Trento: DS 1752, 1764).
sábado, 17 de enero de 2009
Jn 17, 9-12 Padre santo, cuídalos en tu Nombre
(Jn 17, 9-12) Padre santo, cuídalos en tu Nombre
[9] Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. [10] Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. [11] Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuídalos en tu Nombre –el Nombre que tú me diste– para que sean uno, como nosotros. [12] Mientras estaba con ellos, yo los cuidaba en tu Nombre –el Nombre que tú me diste– yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
(C.I.C 2849) Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf. Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf. Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf. Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (cf. Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf. 1Co 16, 13; Col 4, 2; 1Ts 5, 6; 1P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15). (C.I.C 2850) La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la Economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf. Reconciliatio et paenitentia, 16). (C.I.C 2851) En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" (dia-bolos) es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su “obra de salvación” cumplida en Cristo.
Jn 17, 6-8 Ellos han creído que tú me enviaste
(Jn 17, 6-8) Ellos han creído que tú me enviaste
[6] Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. [7] Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, [8] porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
(C.I.C 2747) La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su "paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf. Jn 17, 11. 13. 19). (C.I.C 2748) En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en Él (cf. Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en Él por su palabra, su humillación y su Gloria. Es la oración de la unidad. (C.I.C 2750) Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él nos enseña: "¡Padre Nuestro!". La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf. Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria); (cf. Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de salvación (cf. Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf. Jn 17, 15).
viernes, 16 de enero de 2009
Jn 17, 1-5 Ahora, Padre, glorifícame junto a ti
Juan 17
(Jn 17, 1-5) Ahora, Padre, glorifícame junto a ti [1] Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, [2] ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú le has dado. [3] Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. [4] Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. [5] Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
(C.I.C 2605) Cuando llega la hora de cumplir el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente ("Padre... no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24, 43); "Mujer, ahí tienes a tu Hijo […]. Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el espíritu (cf. Mc 15, 37; Jn 19, 30). (C.I.C 2746) Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf. Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora de Jesús sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
Jn 16, 29-33 Tengan valor: yo he vencido al mundo
(Jn 16, 29-33) Tengan valor: yo he vencido al mundo
[29] Sus discípulos le dijeron: «Por fin hablas claro y sin parábolas. [30] Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios». [31] Jesús les respondió: «¿Ahora creen? [32] Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. [33] Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo».
(C.I.C 1808) La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. ‘Mi fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).
jueves, 15 de enero de 2009
Jn 16, 25-28 Ahora dejo el mundo y voy al Padre
(Jn 16, 25-28) Ahora dejo el mundo y voy al Padre
[25] Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. [26] Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, [27] ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. [28] Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre».
[25] Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. [26] Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, [27] ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. [28] Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre».
(C.I.C 662) "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, “no […] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). Como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros" (Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11). (C.I.C 661) Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (Prefacio de la Ascensión del Señor, I: Misal Romano).
Jn 16, 21-24 Pidan y recibirán y tendrán alegría perfecta
(Jn 16, 21-24) Pidan y recibirán y tendrán alegría perfecta
[21] La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. [22] También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. [23] Aquel día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. [24] Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
(C.I.C 2814) Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones: “Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones' (Rm 2, 24; cf. Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios” (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4: PL 52 402). “Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los hombres” (Tertuliano, De Oratione, 3, 4: PL 1, 1259). (C.I.C 2815) Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf. Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado" (Jn 17, 11).
miércoles, 14 de enero de 2009
Jn 16, 16-20 ¿Qué significa: Yo me voy al Padre?
(Jn 16, 16-20) ¿Qué significa: Yo me voy al Padre?
[16] Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver». [17] Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: “Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver”? ¿Y qué significa: “Yo me voy al Padre”?». [18] Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir». [19] Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: “Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver”. [20] Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
(C.I.C 2614) Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf. Jn 14, 13-14). (C.I.C 2615) Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf. Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15. 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: "Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24). (C.I.C 2761) "La oración del Señor o dominical es, en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, De oratione, 1, 6: PL 1, 1255). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: 'Pedid y se os dará' (Jn 16,24). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, De oratione, 10; PL 1, 1268-1269).
Jn 16, 9-15 Todo lo que es del Padre es mío
(Jn 16, 9-15) Todo lo que es del Padre es mío
[9] El pecado está en no haber creído en mí. [10] La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. [11] Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado. [12] Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. [13] Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. [14] Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. [15] Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: “Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”.
(C.I.C 388) Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor. (C.I.C 243) Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre. (C.I.C 2679) María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad (cf. Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza (cf. Lumen gentium, 68-69).
martes, 13 de enero de 2009
Jn 16, 5-8 Si no me voy el Paráclito no vendrá a ustedes
(Jn 16, 5-8) Si no me voy el Paráclito no vendrá a ustedes
[5] Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?”. [6] Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. [7] Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. [8] Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
(C.I.C 692) Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13). (C.I.C 1287) Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf. Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf. Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf. Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2,38). (C.I.C 91) Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1Jn 2, 20. 27) y los conduce “a la verdad completa” (cf. Jn 16,13).
Jn 16, 3-4 No han conocido ni al Padre ni a mí
(Jn 16, 3-4) No han conocido ni al Padre ni a mí
[3] Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. [4] Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.
(C.I.C 769) La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (Lumen gentium, 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, De civitate Dei, 18, 51: PL 41, 614; cf. Lumen gentium, 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (Lumen gentium, 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, ‘desde el justo Abel hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 853) Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (Gaudium et spes, 43). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (Lumen gentium, 8; 15) y "por el estrecho sendero de la cruz" (Ad gentes, 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (Redemptoris missio, 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium, 8).
lunes, 12 de enero de 2009
Jn 16, 1-2 He dicho esto para que no se escandalicen
Juan 16
(Jn 16, 1-2) He dicho esto para que no se escandalicen[1] Les he dicho esto para que no se escandalicen. [2] Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
(C.I.C 520) Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): El es el "hombre perfecto" (Gaudium et spes, 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12). (C.I.C 530) La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron"(Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el liberador definitivo.
Jn 15, 23-27 El que me odia, odia también a mi Padre
(Jn 15, 23-27) El que me odia, odia también a mi Padre
[23] El que me odia, odia también a mi Padre. [24] Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro realizó, no tendrían pecado. Pero ahora las han visto, y sin embargo, me odian a mí y a mi Padre, [25] para que se cumpla lo que está escrito en la Ley: Me han odiado sin motivo. [26] Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. [27] Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
(C.I.C 729) Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio. (C.I.C 1433) Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn. 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf. Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf. Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, 27-48). (C.I.C 765) El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.
domingo, 11 de enero de 2009
Jn 15, 18-22 El mundo los odia, antes me ha odiado a mí
(Jn 15, 18-22) El mundo los odia, antes me ha odiado a mí
[18] Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. [19] Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. [20] Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. [21] Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió. [22] Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora su pecado no tiene disculpa.
(C.I.C 675) Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3; 2 Jn 7; 1Jn 2, 18.22). (C.I.C 676) Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. Decreto sobre el milenarismo (19 julio 1944): DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" (19 marzo 1937) condenando “loe errores presentados bajo un falso sentido mistico” “de esta especie de falseada redención de los más humildes" p. 69; Gaudium et spes, 20-21).
Jn 15, 14-17 Ustedes son mis amigos
(Jn 15, 14-17) Ustedes son mis amigos
[14] Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. [15] Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. [16] No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. [17] Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
(C.I.C 1108) La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf. Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf. 1Jn 1,3-7). (C.I.C 2745) Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17). “Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos podemos cumplir el mandato: ‘Orad constantemente’” (Orígenes, De oratione, 12, 2: PG 11, 452).
sábado, 10 de enero de 2009
Jn 15, 9-13 Permanezcan en mi amor
(Jn 15, 9-13) Permanezcan en mi amor
[9] Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. [10] Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. [11] Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. [12] Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. [13] No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
(C.I.C 787) Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc 1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en mí, como yo en vosotros [...] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56). (C.I.C 1823) Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (Cf. Jn 13, 34). Amando a los suyos ‘hasta el fin’ (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: ‘Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor’ (Jn 15, 9). Y también: ‘Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado’ (Jn 15, 12). (C.I.C 1824) “Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: ‘Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor’ (Jn 15, 9-10; Cf. Mt 22, 40; Rm 13, 8-10).
Jn 15, 1-8 Separados de mí, nada pueden hacer
Juan 15
(Jn 15, 1-8) Separados de mí, nada pueden hacer [1] Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. [2 Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. [3] Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. [4] Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. [5] Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. [6] Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. [7] Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. [8] La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
(C.I.C 755) "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 y paralelos; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)" (Lumen gentium, 6). (C.I.C 1988) Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf. 1Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo (cf. Jn 15, 1-4): “Por el Espíritu Santo participamos de Dios […] Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina [...] Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados” (San Atanasio de Alejandría, Epistula ad Serapionem, 1, 24: PG 26, 585-588).
viernes, 9 de enero de 2009
Jn 14, 27-31 Les doy mi paz, no como la da el mundo
(Jn 14, 27-31) Les doy mi paz, no como la da el mundo
[27] Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! [28] Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. [29] Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. [30] Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, [31] pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado. Levántense, salgamos de aquí.
(C.I.C 2615) Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf. Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15. 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: "Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24). (C.I.C 2853) La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 10). " Él se lanza en persecución de la Mujer" (cf. Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20), ya que su Venida nos librará del Maligno.
Jn 14, 22-26 El Paráclito les enseñará todo
(Jn 14, 22-26) El Paráclito les enseñará todo
[22] Judas –no el Iscariote– le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?». [23] Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. [24] El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. [25] Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. [26] Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
(C.I.C 788) Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo" (Lumen gentium, 7). (C.I.C 2761) "La oración del Señor o dominical es, en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, De oratione, 1, 6: PL 1, 1255). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: 'Pedid y se os dará' (Jn 16,24). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, De oratione, 10; PL 1, 1268-1269). (C.I.C 693) Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).
jueves, 8 de enero de 2009
Jn 14, 15-21 El Padre les dará otro Paráclito
(Jn 14, 15-21) El Padre les dará otro Paráclito
[15] Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. [16] Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: [17] el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. [18] No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. [19] Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. [20] Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. [21] El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».
(C.I.C 243) Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre. (C.I.C 729) Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio. (C.I.C 692) Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
Jn 14, 10-14 Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí
(Jn 14, 10-14) Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí
[10] ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. [11] Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. [12] Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. [13] Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. [14] Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.
(C.I.C 2614) Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf. Jn 14, 13-14). (C.I.C 459) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7; cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
miércoles, 7 de enero de 2009
Jn 14, 8-9 El que me ha visto, ha visto al Padre
(Jn 14, 8-9) El que me ha visto, ha visto al Padre
[8] Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». [9] Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”?
[8] Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». [9] Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”?
(C.I.C 516) Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1Jn 4,9) inclusos con los rasgos más sencillos de sus misterios. (C.I.C 2466) En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. ‘Lleno de gracia y de verdad’ (cf. Jn 1, 14), él es la ‘luz del mundo’ (Jn 8, 12), la Verdad (cf. Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf. Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, ‘permanece en su palabra’, para conocer ‘la verdad que hace libre’ (cf. Jn 8, 31-32) y que santifica (cf. Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del ‘Espíritu de verdad’ (cf. Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf. Jn 14, 26) y que conduce ‘a la verdad completa’ (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: ‘Sea vuestro lenguaje: «sí, sí»; «no, no»’ (Mt 5, 37).
Jn 14, 5-7 Nadie va al Padre, sino por mí
(Jn 14, 5-7) Nadie va al Padre, sino por mí
[5] Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». [6] Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. [7] Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
(C.I.C 2795) El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf. Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf. Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf. Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf. Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13). (C.I.C 1025) Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino” (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 10,121: PL 15, 1927).
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martes, 6 de enero de 2009
Jn 14, 1-4 Crean en Dios y crean también en mí
Juan 14
(Jn 14, 1-4) Crean en Dios y crean también en mí [1] «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. [2] En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. [3] Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. [4] Ya conocen el camino del lugar adonde voy».
(C.I.C 151) Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (cf. Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27). (C.I.C 661) Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (Prefacio de la Ascensión del Señor, I: Misal Romano).
Jn 13, 38 Antes que me hayas negado tres veces
(Jn 13, 38) Antes que me hayas negado tres veces
[38] Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces».
(C.I.C 1431) La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf. Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4). (C.I.C 1444) Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Consta que también el colegio de los Apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (Mt 18, 18; 28, 16-20; Lumen gentium, 22). (C.I.C 556) En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22): “Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (San Agustín, Sermo 78, 6: PL 38, 492-493).
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lunes, 5 de enero de 2009
Jn 13, 36-37 Más adelante me seguirás
(Jn 13, 36-37) Más adelante me seguirás
[36] Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás». [37] Pedro le preguntó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti».
(C.I.C 1427) Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva. (C.I.C 1428) Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (Lumen gentium, 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10). (C.I.C 1429) De ello da testimonio la conversión de San Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (cf. Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf. Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2, 5. 16). San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, “en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (San Ambrosio, Epistula extra collectionem 1 [41], 12: PL 16, 1116). (C.I.C 1430) Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf. Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
Jn 13, 35 El amor que se tengan los unos a los otros
(Jn 13, 35) El amor que se tengan los unos a los otros
[35] En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».
[35] En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».
(C.I.C 1970) La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre ‘los dos caminos’ (Cf. Mt 7, 13-14) y la práctica de las palabras del Señor (Cf. Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas’ (Mt 7, 12; Cf... Lc 6, 31). Toda la Ley evangélica está contenida en el ‘mandamiento nuevo’ de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a los otros como El nos ha amado (Cf. Jn 15, 12). (C.I.C 2822) La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres […] se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 4). El "usa de paciencia […] no queriendo que algunos perezcan" (2P 3, 9; cf. Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado (cf. Jn 13, 34; 1Jn 3; 4; Lc 10, 25-37). (C.I.C 2843) Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf. Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
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