miércoles, 23 de marzo de 2011

Hb 7, 4-11 ¡Imagínense quién puede ser este hombre!

(Hb 7, 4-11) ¡Imagínense quién puede ser este hombre!

[4] ¡Imagínense quién puede ser este hombre al que nuestro antepasado Abrahán entrega la décima parte del botín! [5] Solamente los sacerdotes de la tribu de Leví están facultados por la Ley para cobrar el diezmo de manos del pueblo, es decir, de sus hermanos de la misma raza de Abrahán. [6] Y aquí Melquisedec, que no tiene nada que ver con los hijos de Leví, cobra de Abrahán el diezmo y después bendice a Abrahán, el hombre de las promesas de Dios; [7] pero no cabe duda que corresponde al superior bendecir al inferior. [8] En el primer caso, los hijos de Leví que cobran el diezmo son hombres que mueren; en cambio, Melquisedec es presentado como el que vive. [9] Además, por así decirlo, cuando Abrahán paga el diezmo, lo paga con él la familia de Leví, [10] pues de alguna manera Leví estaba en su abuelo Abrahán cuando Melquisedec le vino al encuentro. [11] Así, pues, el sacerdocio de los levitas, que es el fundamento de la legislación de Israel, no es capaz de llevar al pueblo a la religión perfecta. De lo contrario, ¿qué necesidad habría de otro sacerdocio, no a semejanza de Aarón, sino a semejanza de Melquisedec?

(C.I.C 2570) Cuando Dios lo llama, Abraham se pone en camino "como se lo había dicho el Señor" (Gn 12, 4): todo su corazón “se somete a la Palabra” y obedece. La escucha del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf. Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en Dios que es fiel. (C.I.C 2571) Habiendo creído en Dios (cf. Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf. Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf. Gn 18, 16-33).

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