miércoles, 30 de marzo de 2011

Hb 7, 28 Para establecer al Hijo eternamente perfecto

(Hb 7, 28) Para establecer al Hijo eternamente perfecto

[28] Así, pues, los sumos sacerdotes que establece la Ley demuestran sus limitaciones, mientras que ahora, después de la Ley, Dios habla y pronuncia un juramento para establecer al Hijo eternamente perfecto.

(C.I.C 618) La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (Gaudium et spes, 22), Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (Gaudium et spes, 22). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque El "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35): “Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo.” (Santa Rosa de Lima: P. Hansen, Vita mirabilis […] venerabilis sororis Rosae de Sancta Maria Limensis (Roma 1664) p. 137). (C.I.C 1371) El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Concilio de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo: “Enterrad […] este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor” (San Agustín, Confessiones, 9, 11, 27: PL 32, 775; palabras de santa Mónica, antes de su muerte, dirigidas a San Agustín y su hermano). “A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima [...] Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores [...], presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres” (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mistagogicae 5, 9.10: PG 30, 1116-1117).

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