(Hb 6, 19-20) Esta es nuestra ancla espiritual segura
[19] Esta es nuestra ancla espiritual, segura y firme, que se fijó más allá de la cortina del Templo, en el santuario mismo. [20] Allí entró Jesús para abrirnos el camino, hecho sumo sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
(C.I.C 1821) Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (Cf. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (Cf. Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta el fin’ (Cf. Mt 10, 22; Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los hombres […] se salven’ (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin. (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3). (C.I.C 1544) Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, "único […] mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5). Melquisedec, "sacerdote del Altísimo" (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20), "santo, inocente, inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz. (C.I.C 1545) El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo: Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius ("Y por eso sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos") (Santo Tomás de Aquino, Commentarium in epistolam ad Haebreos, c. 7, lect. 4).
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