jueves, 26 de febrero de 2009
Hch 5, 1-6 No mentiste a los hombres sino a Dios
Hechos 5
(Hch 5, 1-6) No mentiste a los hombres sino a Dios[1] Un hombre llamado Ananías, junto con su mujer, Safira, vendió una propiedad, [2] y de acuerdo con ella, se guardó parte del dinero y puso el resto a disposición de los Apóstoles. [3] Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? [4] ¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres sino a Dios». [5] Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. [6] Vinieron unos jóvenes, envolvieron su cuerpo y lo llevaron a enterrar.
(C.I.C 2465) El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf. Pr 8, 7; 2S 7, 28). Su ley es verdad (cf. Sal 119, 142). ‘Tu verdad, de edad en edad’ (Sal 119, 90; Lc 1, 50). Puesto que Dios es el ‘Veraz’ (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf. Sal 119, 30). (C.I.C 2467) El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: ‘Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas [...], se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias’ (Dignitatis humanae, 2). (C.I.C 2470) El discípulo de Cristo acepta ‘vivir en la verdad’, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. ‘Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad’ (1Jn 1, 6). (C.I.C 2401) El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo.
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