lunes, 16 de febrero de 2009

Hch 2, 7-13 Los oímos proclamar en nuestras lenguas

(Hch 2, 7-13) Los oímos proclamar en nuestras lenguas
[7] Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? [8] ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? [9] Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, [10] en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, [11] judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». [12] Unos a otros se decían con asombro: «¿Qué significa esto?». [13] Algunos, burlándose, comentaban: «Han tomado demasiado vino».
(C.I.C 734) Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo (2Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. (C.I.C 735) Él nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8). (C.I.C 747) El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. (C.I.C 738) Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad: “Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual” (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Johannem 11, 11: PG 74, 561).

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