miércoles, 18 de febrero de 2009

Hch 2, 30-36 Dios lo ha hecho Señor y Mesías

(Hch 2, 30-36) Dios lo ha hecho Señor y Mesías
[30] Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. [31] Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. [32] A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. [33] Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen. [34] Porque no es David el que subió a los cielos; al contrario, él mismo afirma: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, [35] hasta que ponga a todos tus enemigos debajo de tus pies. [36] Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».
(C.I.C 622) La redención de Cristo consiste en que él "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18). (C.I.C 449) Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo en su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11). (C.I.C 451) La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha ("¡el Señor viene!") o Marana tha ("¡Ven, Señor!") (1Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). (C.I.C 455) El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo"(1Co 12, 3).

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