miércoles, 9 de julio de 2008
Lc 7, 1-5 Para rogarle que viniera a curar a su servidor
Lucas 7
(Lc 7, 1-5) Para rogarle que viniera a curar a su servidor [1] Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. [2] Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. [3] Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. [4] Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, [5] porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».
(C.I.C 2084) Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: ‘Yo […] te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre’. La primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y le servirás [...] no vayáis en pos de otros dioses’ (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore. (C.I.C 2085) El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel (cf. Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y de la verdad del hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de criatura hecha ‘a imagen y semejanza de Dios’ (Gn 1, 26): “No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos […] sino el que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es distinto del vuestro. Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con su mano poderosa y su brazo extendido’. Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en otro, (que no existe), sino en el mismo que vosotros: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. (S. Justino, Dialogus cum Tryphone Iudaeo, 11, 1: PG 6, 497). (C.I.C 2086) “El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en El una fe y una confianza completas. El es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: ‘Yo soy el Señor’” (Catecismo Romano, 3, 2, 4).
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