viernes, 4 de julio de 2008

Lc 6, 5 El Hijo del hombre es dueño del sábado

(Lc 6, 5) El Hijo del hombre es dueño del sábado
[5] Después les dijo: «El Hijo del hombre es dueño del sábado».
(C.I.C 349) El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (Cf. Vigilia pascual, oración después de la primera lectura: Misal Romano). (C.I.C 1383) El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice san Ambrosio (San Ambrosio, De sacramentis 5,7: PL 16, 447), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (De sacramentis 4,7: PL 16, 437). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora: “Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición (Plegaria Eucarística I o Canon Romano; Misal Romano). (C.I.C 1389) La Iglesia obliga a los fieles “a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia” (cf. Ecclessiarum Orientalium, 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf. CIC canon 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.

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