martes, 19 de marzo de 2019
Comentario CIC al YouCat Pregunta n. 462.
(Respuesta YouCat) El noveno mandamiento no
se opone al deseo sexual en sí, sino al deseo desordenado. La «concupiscencia»,
contra la que alerta la Sagrada Escritura, es el dominio de los impulsos sobre
el espíritu, el predominio de lo impulsivo sobre toda la persona y la
pecaminosidad que surge de ello.
Reflecciones y puntos a profundizar (Comentario CIC) (C.I.C 2528) ‘Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’ (Mt 5, 28). (C.I.C
2529) El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden o concupiscencia
de la carne. (C.I.C 2514) San Juan distingue tres especies de codicia o
concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y
la soberbia de la vida (cf. 1Jn 2, 16, Vulgata). Siguiendo la tradición
catequética católica, el noveno mandamiento prohíbe la concupiscencia de la
carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno.
Para meditar
(Comentario YouCat) La
atracción erótica entre el hombre y la mujer ha sido creada por Dios y es por
eso buena; pertenece al ser sexuado y a la constitución biológica del ser
humano. Se encarga de que se unan el hombre y la mujer y de que de su amor
pueda brotar la descendencia. Esta unión debe ser protegida por el noveno
mandamiento. Jugando con fuego, es decir, por un trato imprudente con la chispa
erótica entre el hombre y la mujer, no es lícito poner en peligro el ámbito
protegido del matrimonio y la familia.
(Comentario CIC) (C.I.C
2515) En sentido etimológico, la ‘concupiscencia’ puede designar toda forma
vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido
particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la
razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la ‘carne’
sostiene contra el ‘espíritu’ (cf. Gal 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la
desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales
del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf.
Concilio de Trento: DS 1515).
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