sábado, 29 de enero de 2011

Hb 2, 5-8 Qué es el hombre para que te acuerdes de él

(Hb 2, 5-8) Qué es el hombre para que te acuerdes de él

[5] En efecto, Dios no sometió a ángeles el mundo nuevo del cual estamos hablando. [6] Alguien dijo en algún lugar: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el Hijo del hombre para que lo tomes en cuenta? [7] Por un momento lo hiciste más bajo que los ángeles y luego lo coronaste de gloria y honor; [8] todo lo pusiste bajo sus pies. Como ven, todo le ha sido sometido, y no se hace ninguna excepción. Es verdad que, por el momento, no se ve que todo le esté sometido,

(C.I.C 343) El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cf. Gn 1, 26). (C.I.C 382) El hombre es "corpore et anima unus" ("una unidad de cuerpo y alma") (Gaudium et spes, 14). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios. (C.I.C 383) "Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio ‘los creó hombre y mujer’ (Gn 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas" (Gaudium et spes, 12). (C.I.C 384) La revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el paraíso. (C.I.C 374) El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo. (C.I.C 375) La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de santidad y de justicia original" (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 377) El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón. (C.I.C 378) Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible. (C.I.C 379) Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.

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