Hebreos 2
(Hb 2, 1-4) Dios ha confirmado su testimonio
[1] Por eso debemos prestar más atención al mensaje que escuchamos, no sea que vayamos a la deriva. [2] Miren cuán inflexible era la Ley entregada por los ángeles, pues toda falta o desobediencia recibía su castigo. [3] ¿Cómo, pues, escaparemos nosotros, si despreciamos semejante salvación? El Señor mismo la proclamó primero y luego la confirmaron aquellos que le oyeron. [4] Dios ha confirmado su testimonio con señales, prodigios y milagros de toda clase, sin hablar de los dones del Espíritu, que reparte como quiere.
(C.I.C 156) El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos" (Concilio Vaticano I: DS 3008). "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (Concilio Vaticano I: DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos" (Concilio Vaticano I: DS 3009), motivos de credibilidad que muestran que “el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (Concilio Vaticano I: DS 3010). (C.I.C 157) La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2, 171, 5, 3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (Juan Enrique Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).
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