(Hb 1,13-14) Siéntate a mi derecha
[13] A ninguno de sus ángeles dijo Dios: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como tarima de tus pies. [14] Pues, ¿no son todos ellos espíritus de servicio? Y reciben una misión para bien de los que recibirán la salvación.
(C.I.C 446) En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1Co 2,8). (C.I.C 447) El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 110 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina. (C.I.C 333) De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf. Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf. Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf. Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf. Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf. 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (cf. Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf. Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf. Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf. Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf. Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9). (C.I.C 311) Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral (cf. San Agustín, De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 79, 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien: “Porque el Dios todopoderoso [...] por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 3, 11: PL 40, 236).
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