lunes, 31 de enero de 2011

Hb 2, 10-13 Yo anunciaré tu nombre a mis hermanos

(Hb 2, 10-13) Yo anunciaré tu nombre a mis hermanos

[10] Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la Gloria a un gran número de hijos, y le pareció bien hacer perfecto por medio del sufrimiento al que se hacía cargo de la salvación de todos; [11] de este modo el que comunicaba la santidad se identificaría con aquellos a los que santificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos, cuando dice: [12] Señor, yo anunciaré tu nombre a mis hermanos, te celebraré en medio de la asamblea. [13] Y también: Mantendré mi confianza en Dios. Aquí estoy yo y los hijos que Dios me ha dado.

(C.I.C 609) Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53). (C.I.C 2602) Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la noche, para orar (cf. Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en su Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf. Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo secreto".

domingo, 30 de enero de 2011

Hb 2, 9 Jesús ha sido coronado de gloria y honor

(Hb 2, 9) Jesús ha sido coronado de gloria y honor

[9] pero el texto dice: por un momento lo hiciste más bajo que los ángeles. Esto se refiere a Jesús, que, como precio de su muerte dolorosa, ha sido coronado de gloria y honor. Por gracia de Dios experimentó la muerte por todos.

(C.I.C 357) Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar. (C.I.C 359) "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22): “San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo [...] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir [...] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último". (San Pedro Crisólogo, Sermones, 117 1-2: PL 52, 520). (C.I.C 624) "Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados" (1Co 15, 3) sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero (cf. Col 1, 18-20). (C.I.C 629) Jesús gustó la muerte para bien de todos (cf. Hb 2, 9). Es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.

sábado, 29 de enero de 2011

Hb 2, 5-8 Qué es el hombre para que te acuerdes de él

(Hb 2, 5-8) Qué es el hombre para que te acuerdes de él

[5] En efecto, Dios no sometió a ángeles el mundo nuevo del cual estamos hablando. [6] Alguien dijo en algún lugar: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el Hijo del hombre para que lo tomes en cuenta? [7] Por un momento lo hiciste más bajo que los ángeles y luego lo coronaste de gloria y honor; [8] todo lo pusiste bajo sus pies. Como ven, todo le ha sido sometido, y no se hace ninguna excepción. Es verdad que, por el momento, no se ve que todo le esté sometido,

(C.I.C 343) El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cf. Gn 1, 26). (C.I.C 382) El hombre es "corpore et anima unus" ("una unidad de cuerpo y alma") (Gaudium et spes, 14). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios. (C.I.C 383) "Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio ‘los creó hombre y mujer’ (Gn 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas" (Gaudium et spes, 12). (C.I.C 384) La revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el paraíso. (C.I.C 374) El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo. (C.I.C 375) La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de santidad y de justicia original" (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 377) El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón. (C.I.C 378) Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible. (C.I.C 379) Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.

viernes, 28 de enero de 2011

Hb 2, 1-4 Dios ha confirmado su testimonio

Hebreos 2

(Hb 2, 1-4) Dios ha confirmado su testimonio

[1] Por eso debemos prestar más atención al mensaje que escuchamos, no sea que vayamos a la deriva. [2] Miren cuán inflexible era la Ley entregada por los ángeles, pues toda falta o desobediencia recibía su castigo. [3] ¿Cómo, pues, escaparemos nosotros, si despreciamos semejante salvación? El Señor mismo la proclamó primero y luego la confirmaron aquellos que le oyeron. [4] Dios ha confirmado su testimonio con señales, prodigios y milagros de toda clase, sin hablar de los dones del Espíritu, que reparte como quiere.

(C.I.C 156) El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos" (Concilio Vaticano I: DS 3008). "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (Concilio Vaticano I: DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos" (Concilio Vaticano I: DS 3009), motivos de credibilidad que muestran que “el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (Concilio Vaticano I: DS 3010). (C.I.C 157) La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2, 171, 5, 3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (Juan Enrique Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).

jueves, 27 de enero de 2011

Hb 1,13-14 Siéntate a mi derecha

(Hb 1,13-14) Siéntate a mi derecha

[13] A ninguno de sus ángeles dijo Dios: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como tarima de tus pies. [14] Pues, ¿no son todos ellos espíritus de servicio? Y reciben una misión para bien de los que recibirán la salvación.

(C.I.C 446) En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1Co 2,8). (C.I.C 447) El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 110 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina. (C.I.C 333) De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf. Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf. Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf. Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf. Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf. 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (cf. Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf. Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf. Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf. Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf. Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9). (C.I.C 311) Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral (cf. San Agustín, De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 79, 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien: “Porque el Dios todopoderoso [...] por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 3, 11: PL 40, 236).

miércoles, 26 de enero de 2011

Hb 1, 10-12 Los cielos son obra de tus manos

(Hb 1, 10-12) Los cielos son obra de tus manos

[10] Y también leemos: Tú, Señor, en el principio pusiste la tierra sobre sus bases, y los cielos son obra de tus manos. [11] Ellos desaparecerán, pero tú permaneces. Serán para ti como un vestido viejo; [12] los doblarás como una capa, y los cambiarás. Pero tú eres siempre el mismo y tus años no terminarán jamás.

(C.I.C 325) El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra" (DS 30), y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de todo lo visible y lo invisible" (DS 150). (C.I.C 286) La inteligencia humana puede ciertamente encontrar ya una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana (Cf. Concilio Vaticano I: DS 3026), aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: "Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3). (C.I.C 288) Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los salmos (cf. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del pueblo elegido. (C.I.C 289) Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los Misterios del "comienzo": creación, caída, promesa de la salvación.

martes, 25 de enero de 2011

Hb 1, 8-9 Tu trono permanece por siglos y siglos

(Hb 1, 8-9) Tu trono permanece por siglos y siglos

[8] Al Hijo, en cambio, se le dice: Tu trono, oh Dios, permanece por siglos y siglos, y tu gobierno es gobierno de justicia. [9] Amas la justicia y aborreces la maldad; por eso, oh Dios, tu Dios te consagró con óleo de alegría, con preferencia a tus compañeros.

(C.I.C 1137) El Apocalipsis de San Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf. Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf. Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf. Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia Bizantina Anaphora Iohannis Chrysóstomi: PG 63, 913). Y por último, revela "el río de agua de vida […] que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf. Jn 4,10-14; Ap 21,6). (C.I.C 1138) "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias celestiales (cf. Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil) (cf: Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf. Ap 12, la Esposa del Cordero, cf. Ap 21,9), y finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9). (C.I.C 1136) La liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la celebran, participan ya más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta.

lunes, 24 de enero de 2011

Hb 1, 7 Dios envía a sus ángeles como espíritus

(Hb 1, 7) Dios envía a sus ángeles como espíritus

[7] Tratándose de los ángeles, encontramos palabras como éstas: Dios envía a sus ángeles como espíritus, a sus servidores como llamas ardientes.

(C.I.C 1161) Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf. Rm 8,29; 1Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo: “Siguiendo […] la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, así compo también las venerables y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos” (II Concilio de Nicea: DS 600). (C.I.C 1162) "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 1, 47: PG 94, 1268). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.

domingo, 23 de enero de 2011

Hb 1, 6 Que lo adoren todos los ángeles de Dios

(Hb 1, 6) Que lo adoren todos los ángeles de Dios

[6] Al introducir al Primogénito en el mundo, dice: Que lo adoren todos los ángeles de Dios.

(C.I.C 2628) La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf. Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre […] mayor" (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16: PL 36, 758). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas. (C.I.C 1352) La anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración, llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración: En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo. (C.I.C 1192) Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a Él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados. (C.I.C 2131) Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes.

sábado, 22 de enero de 2011

Hb 1, 4-5 Tú eres mi Hijo, yo te he dado la vida hoy

(Hb 1, 4-5) Tú eres mi Hijo, yo te he dado la vida hoy

[4] Ahora, pues, él está tanto más por encima de los ángeles cuanto más excelente es el Nombre que recibió. [5] En efecto, ¿a qué ángel le dijo Dios jamás: Tú eres mi Hijo, yo te he dado la vida hoy? ¿Y de qué ángel dijo Dios: Yo seré para él un Padre y él será para mí un Hijo?

(C.I.C 320) Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espiritu Creador que da la vida. (C.I.C 241) Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3). (C.I.C 209) Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino "Señor" (Adonai, en griego Kyrios). Con este título será aclamada la divinidad de Jesús: "Jesús es Señor". (C.I.C 2502) El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, ‘Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia’ (Hb 1, 3), en quien ‘reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, en los Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador. (C.I.C 2503) Por eso los obispos deben personalmente o por delegación vigilar y promover el arte sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar con la misma atención religiosa de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que no está de acuerdo con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro (cf. Sacrosanctum Comcilium, 122-127).

viernes, 21 de enero de 2011

Hb 1, 3 El Hijo es el resplandor de la Gloria de Dios

(Hb 1, 3) El Hijo es el resplandor de la Gloria de Dios

[3] El es el resplandor de la Gloria de Dios y la impronta de su ser. El, cuya palabra poderosa mantiene el universo, también es el que purificó al mundo de sus pecados, y luego se sentó en los cielos, a la derecha del Dios de majestad.

(C.I.C 2777) En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13): “La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo no nos empujasen a proferir este grito. “Envió Dios el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que nos hace clamar: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?” (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3: PL 52, 401). (C.I.C 2795) El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf. Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf. Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf. Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf. Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

jueves, 20 de enero de 2011

Hb 1, 1-2 Dios habló a nuestros padres

Carta a los Hebreos

Hebreos 1

(Hb 1, 1-2) Dios habló a nuestros padres

[1] En diversas ocasiones y bajo diferentes formas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, [2] hasta que en estos días, que son los últimos, nos habló a nosotros por medio del Hijo, a quien hizo destinatario de todo, ya que por él dispuso las edades del mundo.

(C.I.C 65) "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. san Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad” (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2, 22, 3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184). (C.I.C 108) Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (San Bernardo de Claraval, Homilia super “Missus est” 4, 11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45).

miércoles, 19 de enero de 2011

Flm vv. 20-25 Préstame ese servicio por amor al Señor

(Flm vv. 20-25) Préstame ese servicio por amor al Señor

[20] Sí, hermano, préstame ese servicio por amor al Señor y tranquiliza mi corazón en Cristo. [21] Te escribo confiando plenamente en tu docilidad y sabiendo que tú harás más todavía de lo que yo te pido. [22] Prepárame también un lugar donde alojarme, porque espero que, por las oraciones de ustedes, se les concederá la gracia de que yo vaya a verlos. [23] Te saluda Epafras, mi compañero de prisión en Cristo Jesús, [24] así como también Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores. [25] La gracia del Señor Jesucristo permanezca con tu espíritu.

(C.I.C 1887) La inversión de los medios y de los fines (Cf. Centesimus annus, 41), lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que ‘hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino’(Pío XII, Mensaje radiofónico (1 de junio 1941). (C.I.C 1888) Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf. Lumen gentium, 36).

martes, 18 de enero de 2011

Flm v. 19 Recordarte que tú también eres mi deudor

(Flm v. 19) Recordarte que tú también eres mi deudor

[19] Lo pagaré yo, Pablo, que firmo esta carta de mi puño y letra. No quiero recordarte que tú también eres mi deudor, y la deuda eres tú mismo.

(C.I.C 1896) Donde el pecado pervierte el clima social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a reformas justas. No hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio (Centesimus annus, 5). (C.I.C 1886) La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del ser del hombre ‘a las interiores y espirituales’ (Centesimus annus, 36): “La sociedad humana [...] tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo” (Pacem in terris, 36).

domingo, 16 de enero de 2011

Flm vv. 15-18 Lo recuperes como un hermano querido

(Flm vv. 15-18) Lo recuperes como un hermano querido

[15] Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, [16] no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor. [17] Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo. [18] Y si él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a mi cuenta.

(C.I.C 2414) El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio. San Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano ‘no como esclavo, sino [...] como un hermano [...] en el Señor’ (Flm 16). (C.I.C 2445) El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta: “Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5, 1-6).

sábado, 15 de enero de 2011

Flm vv. 12-14 El beneficio que me haces no sea forzado

(Flm vv. 12-14) El beneficio que me haces no sea forzado

[12] Te lo envío como si fuera yo mismo. [13] Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. [14] Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.

(C.I.C 1736) Todo acto directamente querido es imputable a su autor: Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: ‘¿Qué has hecho?’ (Gn 3,13). Igualmente a Caín (Cf. Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (Cf. 2S 12, 7-15). Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación. (C.I.C 1737) Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez. (C.I.C 1738) La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (Cf. Dignitatis humanae, 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (Cf. Dignitatis humanae, 7).

viernes, 14 de enero de 2011

Flm vv. 8-11 Prefiero suplicarte en nombre del amor

(Flm vv. 8-11) Prefiero suplicarte en nombre del amor

[8] Por eso, aunque tengo absoluta libertad en Cristo para ordenarte lo que debes hacer, [9] prefiero suplicarte en nombre del amor. Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, [10] te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión. [11] Antes, él no te prestó ninguna utilidad, pero ahora te será muy útil, como lo es para mí.

(C.I.C 1710) “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (Gaudium et spes, 22). (C.I.C 1711) Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. (Cf. Gaudium et spes, 15). (C.I.C 1712) La verdadera […] libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen divina” (Gaudium et spes, 17). (C.I.C 1713) El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa “a hacer […] el bien y a evitar el mal” (Gaudium et spes, 16). Esta ley resuena en su conciencia. (C.I.C 1734) La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos. (C.I.C 1735) La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales.

jueves, 13 de enero de 2011

Flm v. 7 Me he sentido reconfortado por tu amor

(Flm v. 7) Me he sentido reconfortado por tu amor

[7] Por mi parte, yo he experimentado una gran alegría y me he sentido reconfortado por tu amor, viendo cómo tú, querido hermano, aliviabas las necesidades de los santos.

(C.I.C 1394) Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf. Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17: PL 65, 789). (C.I.C 1395) Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

miércoles, 12 de enero de 2011

Flm vv. 4-6 He oído hablar del amor y de la fe

(Flm vv. 4-6) He oído hablar del amor y de la fe

[4] No dejo de dar gracias a Dios siempre que me acuerdo de ti en mis oraciones, [5] porque he oído hablar del amor y de la fe que manifiestas hacia el Señor Jesús y en favor de todos los santos. [6] Que tu participación en nuestra fe común te lleve al perfecto conocimiento de todo el bien que ustedes poseen por la unión con Cristo.

(C.I.C 1844) Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el ‘vínculo de la perfección’ (Col 3, 14) y la forma de todas las virtudes. (C.I.C 1391) La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57): “Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo” (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae de Antiochenae Sirorum, v. 1).

martes, 11 de enero de 2011

Flm vv. 1-3 La Iglesia que se reúne en tu casa

Carta a Filemón

(Flm vv. 1-3) La Iglesia que se reúne en tu casa

[1] Pablo, prisionero de Cristo Jesús, y el hermano Timoteo, te saludamos a ti, Filemón, nuestro querido amigo y colaborador, [2] y a la Iglesia que se reúne en tu casa, así como también a la hermana Apia y a nuestro compañero de lucha Arquipo. [3] Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

(C.I.C 1655) Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (Cf. Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (Cf. Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente. (C.I.C 1656) En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, Ecclesia domestica (Lumen gentium, 11; Cf. Familiaris consortio, 21). En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (Lumen gentium, 11).

lunes, 10 de enero de 2011

Tt 3, 14b-15 De esa manera su vida no será estéril

(Tt 3, 14b-15) De esa manera su vida no será estéril

[14b] también en lo que se refiere a las necesidades de este mundo: de esa manera, su vida no será estéril. [15] Recibe el saludo de todos los que están conmigo. Saluda a aquellos que nos aman en la fe. La gracia del Señor esté con todos ustedes.

(C.I.C 1959) La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la base moral indispensable para la edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica. (C.I.C 1958) La ley natural es inmutable (cf. Gaudium et spes, 10) y permanente a través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso. Las normas que la expresan permanecen substancialmente valederas. Incluso cuando se llega a renegar de sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades: “El robo está ciertamente sancionado por tu ley, Señor, y por la ley que está escrita en el corazón del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar. (San Agustín, Confessiones, 2, 4, 9: PL 32, 678).

domingo, 9 de enero de 2011

Tt 3, 12-14a Destacarse por sus buenas obras

(Tt 3, 12-14a) Destacarse por sus buenas obras

[12] Cuando te mande a Artemás o a Tíquico, trata de ir a mi encuentro en Nicópolis, porque es allí donde he decidido pasar el invierno. [13] Toma todas las medidas necesarias para el viaje del abogado Zenas y de Apolo, a fin de que no les falte nada. [14a] Los nuestros deben aprender a destacarse por sus buenas obras,

(C.I.C 1955) La ley divina y natural (Gaudium et spes, 89) muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana: “¿Dónde, pues, están inscritas [estas normas] sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo”. (San Agustín, De Trinitate, 14, 15, 21: PL 42, 1052). La ley natural “no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación”. (Santo Tomás de Aquino, In duo praecepta caritatis et in decem Legis praecepta expositio, c. 1).

sábado, 8 de enero de 2011

Tt 3, 10-11 Apártate de los que crean facciones

(Tt 3, 10-11) Apártate de los que crean facciones

[10] En cuanto a los que crean facciones, después de una primera y segunda advertencia, apártate de ellos: [11] ya sabes que son extraviados y pecadores que se condenan a sí mismos.

(C.I.C 870) "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica [...] subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque sin duda, fuera de su estructura visible, pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad" (Lumen gentium, 8). (C.I.C 821) Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige: — una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma del movimiento hacia la unidad (Unitatis redintegratio, 6); — la conversión del corazón para "llevar una vida más pura, según el Evangelio" (cf. Unitatis redintegratio, 7), porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones; — la oración en común, porque "esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual" (cf. Unitatis redintegratio, 8); — el fraterno conocimiento recíproco (cf. Unitatis redintegratio, 9); — la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes (cf. Unitatis redintegratio, 10); — el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades (cf. Unitatis redintegratio, 4, 9, 11); — la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres (cf. Unitatis redintegratio, 12). (C.I.C 865) La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (cf. Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).

viernes, 7 de enero de 2011

Tt 3, 9 Evita polémicas y controversias sobre la Ley

(Tt 3, 9) Evita polémicas y controversias sobre la Ley

[9] Evita, en cambio, las investigaciones insensatas, las genealogías, las polémicas y las controversias sobre la Ley: todo esto es inútil y vano.

(C.I.C 1960) Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas ‘de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error’ (Concilio Vaticano I: DS 3005; Pío XII, Humani generis: DS 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y armonizado con la obra del Espíritu. (C.I.C 1961) Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el marco de la Alianza de la salvación. (C.I.C 1962) La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal: “Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 57, 1: PL 36, 673). (C.I.C 1966) La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo: “El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana [...] He dicho esto para dejar claro que este sermón es perfecto porque contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana. [San Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 1: PL 34, 1229-1231). (C.I.C 1986) Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. ‘La santidad de la Iglesia también se fomenta de manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio a sus discípulos para que los practiquen’ (Lumen gentium, 42).

jueves, 6 de enero de 2011

Tt 3, 8 Procuren destacarse por sus buenas obras

(Tt 3, 8) Procuren destacarse por sus buenas obras

[8] Esta es una doctrina digna de fe, y quiero que en este punto seas categórico, para que aquellos que han puesto su fe en Dios procuren destacarse por sus buenas obras. Esto sí que es bueno y provechoso para los hombres.

(C.I.C 1950) La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas. (C.I.C 1951) La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. ‘Esta ordenación de la razón’ es lo que se llama la ley (León XIII, Libertas praestantissimum; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 90, 1): “El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha sometido todo” (Tertuliano, Adversus Marcionem, 2, 4, 5: PL 2, 315). (C.I.C 1952) Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas entre sí: la ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica; finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas. (C.I.C 1953) La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo Él enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm 10, 4).

miércoles, 5 de enero de 2011

Tt 3, 6-7 En esperanza herederos de la Vida eterna

(Tt 3, 6-7) En esperanza herederos de la Vida eterna

[6] Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, [7] a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

(C.I.C 1236) El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe. (C.I.C 1239) Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato. (C.I.C 1240) En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N., Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.

martes, 4 de enero de 2011

Tt 3, 4-5 Nos salvó haciéndonos renacer por el bautismo

(Tt 3, 4-5) Nos salvó haciéndonos renacer por el bautismo

[4] Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, [5] no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo.

(C.I.C 1949) El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene: “Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece” (Flp 2, 12-23). (C.I.C 1217) En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo: “¡Oh Dios! […] que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo” (Vigilia Pascual, bendición del agua: Misal Romano). (C.I.C 1234) El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado. (C.I.C 1235) La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.

lunes, 3 de enero de 2011

Tt 3, 3 Antes éramos insensatos rebeldes extraviados

(Tt 3, 3) Antes éramos insensatos rebeldes extraviados

[3] Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros.

(C.I.C 403) Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Concilio de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Concilio de Trento: DS 1514). (C.I.C 1871) El pecado es ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna‘ (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27: PL 42, 418). Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo. (C.I.C 1872) El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. (C.I.C 1873) La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre. Sus especies y su gravedad se miden principalmente por su objeto. (C.I.C 1874) Elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre, es cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna. (C.I.C 1875) El pecado venial constituye un desorden moral que puede ser reparado por la caridad que tal pecado deja subsistir en nosotros. (C.I.C 1876) La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.

domingo, 2 de enero de 2011

Tt 3, 2 Sean benévolos y demuestren una gran humildad

(Tt 3, 2) Sean benévolos y demuestren una gran humildad

[2] Que no injurien a nadie y sean amantes de la paz, que sean benévolos y demuestren una gran humildad con todos los hombres.

(C.I.C 701) La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.

sábado, 1 de enero de 2011

Tt 3, 1 Respeten a los gobernantes y a las autoridades

Tito 3

(Tt 3, 1) Respeten a los gobernantes y a las autoridades

[1] Recuerda a todos que respeten a los gobernantes y a las autoridades, que les obedezcan y estén siempre dispuestos para cualquier obra buena.

(C.I.C 2246) Pertenece a la misión de la Iglesia ‘emitir un juicio moral incluso sobre cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y condiciones’ (Gaudium et spes, 76). (C.I.C 2197) El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad. Dios quiso que, después de Él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su autoridad. (C.I.C 2198) Este precepto se expresa de forma positiva, indicando los deberes que se han de cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que contienen un respeto particular de la vida, del matrimonio, de los bienes terrenos, de la palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia. (C.I.C 2199) El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan. Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas. (C.I.C 2200) “El cumplimiento del cuarto mandamiento lleva consigo su recompensa: ‘Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar’ (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas. (C.I.C 2243) La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.