sábado, 19 de junio de 2010

Flp 4, 13-18 Yo lo puedo todo en aquel que me conforta

(Flp 4, 13-18) Yo lo puedo todo en aquel que me conforta

[13] Yo lo puedo todo en aquel que me conforta. [14] Sin embargo, ustedes hicieron bien en interesarse por mis necesidades. [15] Y ya saben, filipenses, que al comienzo de la evangelización, cuando dejé Macedonia, ninguna otra Iglesia me ayudó pecuniariamente. Ustedes fueron los únicos [16] que cuando estaba en Tesalónica, en dos ocasiones me enviaron medios para asistirme en mis necesidades. [17] No es que yo busque regalos; solamente quiero darles la ocasión de que ustedes se enriquezcan cada vez más delante de Dios. [18] Por el momento, tengo todo lo necesario y más todavía. Vivo en la abundancia desde que Epafrodito me entregó la ofrenda de ustedes, como perfume de aroma agradable, como sacrificio aceptable y grato a Dios.

(C.I.C 273) Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc1,49). (C.I.C 309) Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.

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