jueves, 24 de junio de 2010

Col 1, 12-14 Él nos libró del poder de las tinieblas

(Col 1, 12-14) Él nos libró del poder de las tinieblas

[12] y darán gracias con alegría al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los santos. [13] Porque él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, [14] en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados.

(C.I.C 1250) Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf. Concilio de Trento: DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf. Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf. CIC canon 867; CCEO, canon 686,1). (C.I.C 1251) Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado (cf. Lumen gentium, 11; 41; Gaudium et spes, 48; CIC cánones 774, 2. 1136). (C.I.C 517) Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1P 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15, 3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).

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