lunes, 7 de junio de 2010

Flp 3, 1-2 Hermanos míos alégrense en el Señor

Filipenses 3

(Flp 3, 1-2) Hermanos míos alégrense en el Señor

[1] Mientras tanto, hermanos míos, alégrense en el Señor. A mí no me cuesta nada escribir las mismas cosas, y para ustedes es una seguridad. [2] ¡Cuídense de los perros, de los malos obreros y de los falsos circuncisos!

(C.I.C 823) "La fe confiesa que la Iglesia [...] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (Lumen gentium, 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (Lumen gentium, 12), y sus miembros son llamados "santos" (cf. Hch 9, 13; 1Co 6, 1; 16, 1). (C.I.C 824) La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con Él, ella también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir "la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios" (Sacrosanctum Concilium, 10). En la Iglesia es en donde está depositada "la plenitud total de los medios de salvación" (Unitatis redintegratio, 3). Es en ella donde "conseguimos la santidad por la gracia de Dios" (Lumen gentium, 48). (C.I.C 825) "La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (Lumen gentium, 48). En sus miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar: "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre" (Lumen gentium, 11).

No hay comentarios: