domingo, 6 de junio de 2010

Flp 2, 27-30 Estuvo enfermo y a punto de morir

(Flp 2, 27-30) Estuvo enfermo y a punto de morir

[27] En efecto, estuvo enfermo y a punto de morir, pero Dios se compadeció de él, y no sólo de él, sino también de mí, para que yo no tuviera otro dolor, además de los que ya tengo. [28] Ahora me apresuro a enviárselo, a fin de que su presencia los llene de gozo, y yo, por mi parte, quede menos triste [29] Recíbanlo en el Señor, con mucha alegría, y tengan en gran estima a personas como él. [30] Porque él estuvo al borde de la muerte por la obra de Cristo, exponiendo su vida para suplirlos a ustedes en el servicio que no podían prestarme directamente.

(C.I.C 1007) La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: “Acuérdate de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7). (C.I.C 1009) La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición h umana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).

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