viernes, 11 de junio de 2010

Flp 3, 12-14 Corro en dirección a la meta

(Flp 3, 12-14) Corro en dirección a la meta

[12] Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. [13] Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante [14] y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.

(C.I.C 1028) A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica": “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios, [...] gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada” (San Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10: PL 4, 367-368). (C.I.C 1022) Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. II Concilio de Lyon: DS 857; Juan XXII, Bula Ne super his: DS 991; Benedicto XII, Const. Benedictus Deus: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (II Concilio de Lyon: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1036). “A la tarde te examinarán en el amor” (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57). (C.I.C 1029) En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él “ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21. 23).

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