domingo, 24 de junio de 2012

Gn 28,10-22 El Señor será mi Dios


GÉNESIS  28

(Gn 28,10-22) El Señor será mi Dios  

10 Jacob partió de Berseba y se dirigió hacia Jarán. 11 De pronto llegó a un lugar, y se detuvo en él para pasar la noche, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso como almohada y se acostó allí. 12 Entonces tuvo un sueño: vio una escalinata que estaba apoyada sobre la tierra, y cuyo extremo superior tocaba el cielo. Por ella subían y bajaban ángeles de Dios. 13 Y el Señor, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra donde estás acostado. 14 Tu descendencia será numerosa como el polvo de la tierra; te extenderás hacia el este y el oeste, el norte y el sur; y por ti y tu descendencia, se bendecirán todas las familias de la tierra. 15 Yo estoy contigo: te protegeré dondequiera que vayas, y te haré volver a esta tierra. No te abandonaré hasta haber cumplido todo lo que te prometo». 16 Jacob se despertó de su sueño y exclamó» «¡Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!». 17 Y lleno de temor, añadió: «¡Qué temible es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo». 18 A la madrugada del día siguiente, Jacob tomó la piedra que la había servido de almohada, la erigió como piedra conmemorativa, y derramó aceite sobre ella. 19 Y a ese lugar, que antes se llamaba luz, lo llamó Betel, que significa «Casa de Dios». 20 Luego Jacob hizo este voto: «Si Dios me acompaña y me protege durante el viaje que estoy realizando, si me da pan para comer y ropa para vestirme, 21 y si puedo regresar sano y salvo a la casa de mi padre, el Señor será mi Dios. 22 Y esta piedra conmemorativa que acabo de erigir, será la casa de Dios. Además, le pagaré el diezmo de todo lo que me dé».  
(C.I.C 2573) Dios renueva su promesa a Jacob, origen de las doce tribus de Israel (cf. Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con "alguien" misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (cf. Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).   

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