miércoles, 20 de junio de 2012
Gn 22,1-8 Dios puso a prueba a Abraham
1 Después de estos
acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham: «¡Abraham!», le dijo. El
respondió: «Aquí estoy». 2 Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo
único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en
holocausto sobre la montaña que yo te indicaré». 3 A la madrugada del día
siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su
hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el
lugar que Dios le había indicado. 4 Al tercer día, alzando los ojos, divisó el
lugar desde lejos, 5 y dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno,
mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después
volveremos a reunirnos con ustedes». 6 Abraham recogió la leña para el
holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos
el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos. 7 Isaac rompió el
silencio y dijo a su padre Abraham: «¡Padre!». El respondió: «Sí, hijo mío».
«Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para
el holocausto?». 8 «Dios proveerá el cordero para el holocausto», respondió
Abraham. Y siguieron caminando los dos juntos.
(C.I.C 1819) La esperanza
cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su
origen y su modelo en la esperanza de
Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada
por la prueba del sacrificio (Gn 17, 4-8; 22, 1-18). ‘Esperando contra toda
esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones’ (Rm 4, 18). (C.I.C
2572) Como última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido
las promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su
fe no vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22,
8), "pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar a los muertos"
(Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no
perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf. Rm 8,
32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace
participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf. Rm 4,
16-21).
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