Hebreos 5
(Hb 5, 1-3) Ofrece dones y sacrificios por el pecado
[1] Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y los representa en las cosas de Dios; por eso ofrece dones y sacrificios por el pecado. [2] Es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; [3] por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo.
(C.I.C 1585) La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido ministro. (C.I.C 1581) Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey. (C.I.C 1582) Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf. Concilio de Trento: DS 1767; Lumen gentium, 21. 28. 29; Presbiterorum Ordinis, 2). (C.I.C 1583) Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por causas graves, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas (cf. CIC, cánones 290-293. 1336, 1, 3. y 5. 1338, 2), pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. Concilio de Trento: DS 1774) porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente.
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