jueves, 3 de febrero de 2011

Hb 3, 1-4 Hermanos santos, fíjense en Jesús

Hebreos 3

(Hb 3, 1-4) Hermanos santos, fíjense en Jesús

[1] Hermanos santos, que gozan de una vocación sobrenatural, fíjense en Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe; [2] él merece la confianza de Dios que le dio este cargo, lo mismo que la mereció Moisés en la casa de Dios. [3] En realidad Jesús aventaja en mucho a Moisés, pues no hay comparación entre una casa y el que la construye. [4] Toda casa necesita un constructor, y hay un constructor de todo, que es Dios.

(C.I.C 117) El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos. 1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1Cor 10,2). 2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1Cor 10,11; cf. Hb 3-4,11). 3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: "anagoge") hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1-22,5). (C.I.C 118) Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos: "Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia" (Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256). (C.I.C 119) "A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que mediante un cuidadoso estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios" (Dei verbum, 12): Ego vero Evangelio non crederem, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret auctoritas (San Agustín, Contra epistulam Manichaei quam vocant fundamenti, 5, 6 (PL 42, 176). (C.I.C 132) "La sagrada Escritura debe ser como el alma de la sagrada teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad" (Dei verbum, 24).

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