jueves, 10 de febrero de 2011

Hb 4, 2 Igual que ellos, recibimos una Buena Nueva

(Hb 4, 2) Igual que ellos, recibimos una Buena Nueva

[2] Nosotros, igual que ellos, recibimos una Buena Nueva, pero a ellos de nada les sirvió el mensaje proclamado porque no fueron de los que creyeron esas palabras.

(C.I.C 1100) La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida: “La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos (Sacrosanctum Concilium, 24). (C.I.C 1176) Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el corazón que ora, sino también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica especialmente sobre los salmos" (Sacrosanctum Concilium, 90). (C.I.C 2587) El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento "las palabras […] proclaman las obras" [de Dios por los hombres] "y explican su misterio" (Dei Verbum, 2). En el Salterio, las palabras del salmista expresan, proclamándolas ante Dios, las obras divinas de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En Él, los salmos no cesan de enseñarnos a orar. (C.I.C 1160) La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente: “Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos intactas todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación recíproca” (II Concilio de Nicea (año 787), Terminus: COD 111).

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