domingo, 22 de agosto de 2010

1Ts 4, 10b-12 Vivir en paz trabajando con sus manos

(1Ts 4, 10b-12) Vivir en paz trabajando con sus manos

[10b] Pero yo los exhorto, hermanos, a hacer mayores progresos todavía. [11] Que sea cuestión de honor para ustedes vivir en paz, cumpliendo cada uno sus obligaciones y trabajando con sus manos, de acuerdo con mis directivas. [12] Así llevarán una vida digna a la vista de los paganos y no les faltará nada.

(C.I.C 2427) El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra (cf. Gn 1, 28; Gaudium et spes, 34; Centesimus Annus, 31). El trabajo es, por tanto, un deber: ‘Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma’ (2Ts 3, 10; cf. 1Ts 4, 11). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el peso del trabajo (cf. Gn 3, 14-19), en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar (cf. Laborem exercens, 27). El trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo. (C.I.C 2428) En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (cf. Laborem exercens, 6). Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana. (C.I.C 2429) Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras al bien común (cf. Centesimus annus, 32; 34).

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