lunes, 16 de agosto de 2010

1Ts 2, 14-20 Ustedes son nuestra gloria y nuestro gozo

(1Ts 2, 14-20) Ustedes son nuestra gloria y nuestro gozo

[14] En efecto, ustedes, hermanos, siguieron el ejemplo de las Iglesias de Dios, unidas a Cristo Jesús, que están en Judea, porque han sufrido de parte de sus compatriotas el mismo trato que ellas sufrieron de parte de los judíos. [15] Ellos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y también nos persiguieron a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres, [16] ya que nos impiden predicar a los paganos para que se salven. Así, constantemente están colmando la medida de sus pecados, pero la ira de Dios ha caído sobre ellos para siempre. [17] En cuanto a nosotros, hermanos –físicamente separados de ustedes por un tiempo, aunque no de corazón– sentimos un ardiente y vivísimo deseo de volver a verlos. [18] Por eso quisimos ir hasta allí; yo mismo, Pablo, lo intenté varias veces, pero Satanás me lo impidió. [19] ¿Quién sino ustedes, son nuestra esperanza, nuestro gozo y la corona de la que estaremos orgullosos delante de nuestro Señor Jesús, el Día de su Venida? [20] ¡Sí, ustedes son nuestra gloria y nuestro gozo!

(C.I.C 771) "Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia". La Iglesia es a la vez: – "sociedad […] dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo; – el grupo visible y la comunidad espiritual, – la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo". Estas dimensiones juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos el elemento divino y el humano" (Lumen gentium, 8): Es propio de la Iglesia "ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (Sacrosanctum Concilium, 2). “¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la embellece su forma celestial” (San Bernardo de Claraval, In Canticum sermo 27, 7, 14).

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