lunes, 4 de enero de 2010

2Co 6, 11-13 También ustedes abran su corazón

(2Co 6, 11-13) También ustedes abran su corazón

[11] Les hemos hablado, corintios, con toda franqueza y hemos abierto completamente nuestro corazón. [12] En él hay cabida para todos ustedes; en cambio, en el de ustedes no la hay para nosotros. [13] Yo deseo que me paguen con la misma moneda. Les hablo como a mis propios hijos: también ustedes abran su corazón.

(C.I.C 2212) El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado ‘Padre nuestro’. Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un ‘individuo’ de la colectividad humana; es ‘alguien’ que por sus orígenes, siempre ‘próximos’ por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares. (C.I.C 2220) Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. ‘Evoco el recuerdo […] de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti’ (2Tm 1, 5).

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