miércoles, 20 de enero de 2010

2Co 11, 21-27 Estuve al borde de la muerte

(2Co 11, 21-27) Estuve al borde de la muerte

[21] Dicen que hemos sido demasiado débiles: lo admito para mi vergüenza. Pero de lo mismo que otros se jactan –y ahora hablo como un necio– también yo me puedo jactar. [22] ¿Ellos son hebreos? Yo también lo soy. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también. [23] ¿Son ministros de Cristo? Vuelvo a hablar como un necio: yo lo soy más que ellos. Mucho más por los trabajos, mucho más por las veces que estuve prisionero, muchísimo más por los golpes que recibí. Con frecuencia estuve al borde de la muerte, [24] cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes, [25] tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. [26] En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos, [27] cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez.

(C.I.C 2015) El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (Cf. 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: “El que asciende no termina nunca de subi, y va paso a paso: no se alcanza nunca el final de lo que es sempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido” (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8: PG 44, 941). (C.I.C 418) Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación llamada "concupiscencia"). (C.I.C 571) El Misterio pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.

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