martes, 19 de enero de 2010

2Co 11, 16-20 También yo tengo de qué gloriarme

(2Co 11, 16-20) También yo tengo de qué gloriarme

[16] Les vuelvo a repetir: que nadie me tome por insensato, y si me toma por tal, que me permita, a mi vez, gloriarme un poco. [17] Lo que voy a decir ahora no lo diré movido por el Señor, sino como si fuera un necio, con la seguridad de que también yo tengo de qué gloriarme. [18] Ya que tantos otros se glorían según la carne, yo también voy a gloriarme. [19] ¡Con qué gusto soportan a los necios, ustedes que se tienen por tan sensatos! [20] ¡Toleran que los esclavicen, que los exploten, que les roben, que los traten con prepotencia, que los abofeteen!

(C.I.C 949) En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían […] asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42): La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte. (C.I.C 2624) En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes "acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía.

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