viernes, 11 de septiembre de 2009

1Co 7, 7-9 Cada uno recibe del Señor su don particular

(1Co 7, 7-9) Cada uno recibe del Señor su don particular

[7] Mi deseo es que todo el mundo sea como yo, pero cada uno recibe del Señor su don particular: unos este, otros aquel. [8] A los solteros y a las viudas, les aconsejo que permanezcan como yo. [9] Pero si no pueden contenerse, que se casen; es preferible casarse que arder en malos deseos.

(C.I.C 1619) La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf. 1Co 7,31; Mc 12,25). (C.I.C 502) La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres. (C.I.C 503) La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre [...]; Uno y el mismo es el Hijo de Dios y del hombre, por naturaleza Hijo del Padre según la divinidad; por naturaleza Hijo de la Madre según la humanidad pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Concilio de Friul (año 796 o 797): DS 619).

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