(1Co 7, 18-24) Cada uno permanezca delante de Dios
[18] Si un hombre estaba circuncidado antes que Dios lo llamara, que no oculte la señal de la circuncisión; si el llamado lo encontró incircunciso, que no se circuncide. [19] Lo que vale no es la circuncisión, sino cumplir los mandamientos de Dios. [20] Que cada uno permanezca en el estado en que se encontraba cuando Dios lo llamó. [21] ¿Eras esclavo al escuchar el llamado de Dios? No te preocupes por ello, y aunque puedas llegar a ser un hombre libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo. [22] Porque el que era esclavo cuando el Señor lo llamó, ahora es un hombre libre en el Señor; de la misma manera, el que era libre cuando el Señor lo llamó, ahora es un esclavo de Cristo. [23] ¡Ustedes han sido redimidos y a qué precio! No se hagan esclavos de los hombres. [24] Hermanos, que cada uno permanezca delante de Dios en el estado en que se encontraba cuando fue llamado.
(C.I.C 2340) El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos’ (San Agustín, Confessiones, 10, 29; 40: PL 32, 796). (C.I.C 2342) El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (cf. Tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia. (C.I.C 2339) La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf. Si 1, 22). ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’ (Gaudium et spes, 17). (C.I.C 2341) La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. (C.I.C 2345) La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf. Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf. 1Jn 3, 3).
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