El comentario sobre el “Catecismo Juvenil” (Youcat) es completo y se finalizan todos los comentarios anteriores sobre los textos fundamentales de la fe cristiana publicados en todos los años anteriores, a partir del año 2006. Todos los post y "Comentarios" de este blog pueden siempre ser visitatod y descargados con libertad.
[3] ¡Esta es mi defensa contra los que me acusan! [4] ¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber, [5] a viajar en compañía de una mujer creyente, como lo hacen los demás Apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Cefas?
(C.I.C 500) A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
(1Co 9, 1-2) Son el sello de mi apostolado en el Señor
[1] ¿Acaso yo no soy libre? ¿No soy Apóstol? ¿No he visto a Jesús, nuestro Señor? ¿No son ustedes mi obra en el Señor? [2] Si para otros yo no soy Apóstol, lo soy al menos para ustedes, porque ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor.
(C.I.C 869) La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14); es indestructible (cf. Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos. (C.I.C 859) Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf. Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2Co 3, 6), "ministros de Dios" (2Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Co 4, 1). (C.I.C 861) "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apostoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (Lumen gentium, 20; cf. San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4; 44, 2).
[13] Por lo tanto, si un alimento es ocasión de caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída.
(C.I.C 2285) El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí […], más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6; cf. 1Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf. Mt 7, 15). (C.I.C 1789) En todos los casos son aplicables algunas reglas: — Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. — La ‘regla de oro’: ‘Todo […] cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros’ (Mt 7,12; cf. Lc 6, 31; Tb 4, 15). — La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: ‘Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, pecáis contra Cristo’ (1Co 8,12). ‘Lo bueno es [...] no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad’ (Rm 14, 21).
(1Co 8, 10-12) Hiriendo su conciencia pecan contra Cristo
[10] Si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un templo pagano, ¿no se sentirá autorizado, a causa de la debilidad de su conciencia, a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos? [11] Y así, tú, que tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que murió Cristo! [12] Pecando de esa manera contra sus hermanos e hiriendo su conciencia, que es débil, ustedes pecan contra Cristo.
(C.I.C 1790) La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos. (C.I.C 1791) Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede ‘cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega’ (Gaudium et spes, 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete. (C.I.C 1792) El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.
(1Co 8, 9) El uso de esta libertad no sea ocasión de caída
[9] Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión de caída para el débil.
(C.I.C 1739) Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad. (C.I.C 1740) Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre ‘sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales’ (Libertatis conscientia, 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
[7] Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada. [8] Ciertamente, no es un alimento lo que nos acerca a Dios: ni por dejar de comer somos menos, ni por comer somos más.
(C.I.C 1730) Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”(Gaudium et spes, 17): “El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos”. (San Ireneo, Adversus haereses 4, 4, 3: PG 7, 983). (C.I.C 1731) La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza. (C.I.C 1732) Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.
[6] Pero para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por quien nosotros existimos.
(C.I.C 237) La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, “que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. (C.I.C 338) Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha comenzado (Cf. San Agustín, De Genesi contra Manicheos, 1, 2, 4: PL 36, 175).
(1Co 8, 4-5) Sabemos bien que los ídolos no son nada
[4] En cuanto a comer la carne sacrificada a los ídolos, sabemos bien que los ídolos no son nada y que no hay más que un solo Dios. [5] Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores.
(C.I.C 231) El Dios de nuestra fe se ha revelado como El que es; se ha dado a conocer como "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Su Ser mismo es Verdad y Amor. (C.I.C 232) Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de Arlés, Expositio vel traditio Symboli, sermo 9). (C.I.C 233) Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Vigilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad. (C.I.C 234) El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (Directorio general de pastoral catequética, 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado, y los reconcilia y une consigo" (Directorio general de pastoral catequética, 47).
(1Co 8, 1-3) El que ama a Dios es reconocido por Dios
[1] Con respecto a la carne sacrificada a los ídolos, todos tenemos el conocimiento debido, ya lo sabemos, pero el conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica. [2] Si alguien se imagina que conoce algo, no ha llegado todavía a conocer como es debido; [3] en cambio, el que ama a Dios es reconocido por Dios.
(C.I.C 1112) La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia. (C.I.C 2097) Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (Cf. Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo. (C.I.C 2098) Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1).
[36] Si un hombre, encontrándose en plena vitalidad, cree que no podrá comportarse correctamente con la mujer que ama, y que debe casarse, que haga lo que le parezca: si se casan, no comete ningún pecado. [37] En cambio, el que decide no casarse con ella, porque se siente interiormente seguro y puede contenerse con pleno dominio de su voluntad, también obra correctamente. [38] Por lo tanto, el que se casa con la mujer que ama, hace bien; pero el que no se casa, obra mejor todavía. [39] La mujer permanece ligada a su marido mientras este vive; en cambio, si muere el marido, queda en libertad para casarse con el que quiera. Pero en esto, debe ser guiada por el Señor. [40] Sin embargo, será más feliz si no vuelve a casarse, de acuerdo con mi consejo. Ahora bien, yo creo tener el Espíritu de Dios.
(C.I.C 1618) Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf. Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (cf. Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (cf. 1Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf. Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que El es el modelo: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12). (C.I.C 1619) La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf. 1Co 7,31; Mc 12,25). (C.I.C 1620) Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf. Mt 19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino (cf. Lumen gentium, 42; Perfectae caritatis, 12; Optatam totius, 10) y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: “Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad. Pero lo que por comparación con lo peor parece bueno, no es bueno del todo: lo que según el parecer de todos es mejor que todos los bienes, eso sí que es en verda un bien eminente” (San Juan Crisóstomo, De virginitate, 10,1: PG 48, 540; Familiaris Consortio, 16).
[32] Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes. El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. [33] En cambio, el que tiene mujer se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su mujer, [34] y así su corazón está dividido. También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. [35] Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor.
(C.I.C 507) María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 63): "La Iglesia […] se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (Lumen gentium, 64). (C.I.C923) "Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el Obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia" (CIC canon 604, § 1). Por medio de este rito solemne (Consecratio virginum, Consagración de vírgenes), "la virgen es constituida en persona consagrada" como "signo transcendente del amor de la Iglesia hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida futura" (Rito de Consagración de vírgenes, Praenotandos, 1). (C.I.C 924) "Semejante a otras formas de vida consagrada" (CIC canon 604, § ), el orden de las vírgenes sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una (Cf. Rito de Consagración de vírgenes Praenotandos, 2). Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito con mayor fidelidad (CIC canon 604, § 2).
(1Co 7, 30-31) La apariencia de este mundo es pasajera
[30] los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; [31] los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera.
(C.I.C 2348) Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. (C.I.C 2349) La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o celibes’ (Persona humana, 11). Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia. “Se nons enseña que existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. […] En esto la disciplina de la Iglesia es rica” (San Ambrosio, De viduis 23: PL 16, 241-242).
[28] Si te casas, no pecas. Y si una joven se casa, tampoco peca. Pero los que lo hagan, sufrirán tribulaciones en su carne que yo quisiera evitarles. [29] Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;
(C.I.C 2346) La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios. (C.I.C 922) Desde los tiempos apostólicos, vírgenes (Cf. 1Co 7, 34-36) y viudas cristianas (Cf. Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a Él enteramente (cf. 1Co 7, 34-36) con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua "a causa del Reino de los cielos" (Mt 19, 12; Vita consecrata, 7).
(1Co 7, 25-27) De la virginidad no tengo ningún precepto
[25] Acerca de la virginidad, no tengo ningún precepto del Señor. Pero hago una advertencia, como quien, por la misericordia del Señor, es digno de confianza. [26] Considero que, por las dificultades del tiempo presente, lo mejor para el hombre es vivir sin casarse. [27] ¿Estás unido a una mujer? No te separes de ella. ¿No tienes mujer? No la busques.
(C.I.C 504) Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf. Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16). (C.I.C 505) Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1, 34; cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.
(1Co 7, 18-24) Cada uno permanezca delante de Dios
[18] Si un hombre estaba circuncidado antes que Dios lo llamara, que no oculte la señal de la circuncisión; si el llamado lo encontró incircunciso, que no se circuncide. [19] Lo que vale no es la circuncisión, sino cumplir los mandamientos de Dios. [20] Que cada uno permanezca en el estado en que se encontraba cuando Dios lo llamó. [21] ¿Eras esclavo al escuchar el llamado de Dios? No te preocupes por ello, y aunque puedas llegar a ser un hombre libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo. [22] Porque el que era esclavo cuando el Señor lo llamó, ahora es un hombre libre en el Señor; de la misma manera, el que era libre cuando el Señor lo llamó, ahora es un esclavo de Cristo. [23] ¡Ustedes han sido redimidos y a qué precio! No se hagan esclavos de los hombres. [24] Hermanos, que cada uno permanezca delante de Dios en el estado en que se encontraba cuando fue llamado.
(C.I.C 2340) El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos’ (San Agustín, Confessiones, 10, 29; 40: PL 32, 796). (C.I.C 2342) El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (cf. Tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia. (C.I.C 2339) La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf. Si 1, 22). ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’ (Gaudium et spes, 17). (C.I.C 2341) La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. (C.I.C 2345) La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf. Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf. 1Jn 3, 3).
Comentario del CIC al “YouCat” el “Catesismo para jóvenes”
Anteriormente en éste blog, publicamos algunos comentarios a numerosos textos bíblicos y del Magisterio de la Iglesia, utilizando las autoritarias y luminosas expresiones del “Catecismo de la Iglesia Católica” (CIC). Dichos comentarios son muy valorados y apreciados por el pueblo de Dios en las diferentes partes del mundo. Por tal motivo, además de italiano, las hemos publicado también en inglés y ahora las publicamos en español, dos de las lenguas mas habladas en la Iglesia católica. En estos últimos años las diósesis de lengua alemán también han publicado un “Catecismo para jóvenes”, llamado también “YouCat” (Youth Catechism). Su lenguaje actual y simpatico atrae a los jovenes de espíritu de cualquier edad. Muchos lectores, sin embargo, sienten el deseo y la exigencia de un comentario hecho con el texto del “Catecismo de la Iglesia Católica”. Respondiendo a tales exigencias, publicamos en este blog un “Comentario del CIC al YouCat” en el que seguiremos en modo gradual y con métodos comprobados tales “Comentarios”: en italiano, inglese y español. Completaremos las sintéticas y gratas respuestas de YouCat con las mas amplias, profondas y enriquesedoras proposiciones del “Catesismo de la Iglesia Catolica” (CIC). La Iglesia Católica, con su autoridad oficiale para enseñar es indispensable para confirmar, explicar, profundizar y completar cualquier texto, incluyendo YouCat. En éste nuevo “Comentario del Catecismo de la Iglesia Católica”, el lector encontrará adicionalmente todo lo necesario para profundizar los válidos contenidos de YouCat. Esto permitirá a todos los visitantes y lectores, dos grandes beneficios espirituales: 1) aumentar la solidez de sus convicciones y la actualidad y profundidad de sus conocimientos de fe; 2) poner en acto aquella llamada de Dios: “... glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia...” (1Pd 3, 15-16). El Señor les conceda todo esto y deseamos que sea entusiasta y provechosa la lectura y meditación de éste “Comentario del Catecismo de la Iglesia Católica al Catecismo YouCat para jovenes”.
P. Gualberto Gismondi ofm
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Ellos están en el siguiente orden:
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" en el Nuevo Testamento;
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" en páginas seleccionadas del Antiguo Testamento;
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" en el "Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica";
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" en el "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia", la encíclica "Caritas in Veritate" y los Evangelios ";
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" a la Constitución "Gaudium et Spes" del Concilio Vaticano II;
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" a la Constitución "Lumen Gentium" del Concilio Vaticano II;
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" a la Constitución "Dei Verbum" del Concilio Vaticano II.
Comentario sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica" a "Spanish Youcat" (Catecismo de Jóvenes para aprender y vivir la fe de la Iglesia).
Cause, causalità, fini, finalità, intenzionalità. Tali temi sono molto complessi, fra loro strettamente intrecciati, emergenti in epoche storiche diverse, collegati da tramiti d’intelligenza e creatività umana, soggetti a equivoci ed errori. L’incessante indagare, riflettere e ricercare umano, che avviene in ogni epoca, presenta modi diversi, ma collegati fra loro. Occorre valorizzare tali connessioni per superare la grande e dolorosa frattura fra pensiero filosofico antico, classico, umanistico e pensiero tecnoscientifico moderno. L’assenza di tale ricomposizione produce conseguenze che pesano sempre più. In questo studio cerchiamo di cogliere elementi che contribuiscano a preparare e facilitare un dialogo costruttivo e rigoroso e, insieme, comprensivo e sereno.
Gismondi Gualberto