jueves, 30 de diciembre de 2010

Tt 2,13 Mientras aguardamos la feliz esperanza

(Tt 2,13) Mientras aguardamos la feliz esperanza

[13] mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.

(C.I.C 2857) En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal. (C.I.C 2858) Al pedir: "Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre - revelado a Moisés, después en Jesús - por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre. (C.I.C 2859) En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el "hoy" de nuestras vidas. (C.I.C 2860) En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo. (C.I.C 2861) En la cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro pan" designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía. (C.I.C 2865) Con el "Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete peticiones: "Así sea". (C.I.C 2856) "Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa 'Así sea' (cf. Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó" (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 18: PG 33, 1124). (C.I.C 2780) Podemos invocar a Dios como "Padre" porque Él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf. Jn1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf. 1Jn 5, 1).

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