2Timoteo 4
(2Tm 4, 1-4) Proclama la Palabra de Dios
[1] Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: [2] proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. [3] Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros [4] que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.
(C.I.C 703) La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): “Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo [...] A Él se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo” (Oficio Bizantino de la Horas. Maitines del domingos según el modo segundo, Antifonas 1 y 2 (“Parakletikés”). (C.I.C 704) "En cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos es decir, el Hijo y el Espíritu Santo [...] Y Él trazó sobre la carne modelada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina" (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 11). (C.I.C 935) Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apóstoles y a sus sucesores. Él les da parte en su misión. De Él reciben el poder de obrar en su nombre. (C.I.C 936) El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la "Cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra" (Cf. CIC canon 331). (C.I.C 937) El Papa "goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas" (Christus Dominus, 2). (C.I.C 938) Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles. "Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (Lumen gentium, 23). (C.I.C 939) Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y bajo el Papa.
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