domingo, 2 de mayo de 2010

Ef 5, 22-28 Amen como Cristo amó a la Iglesia

(Ef 5, 22-28) Amen como Cristo amó a la Iglesia

[22] las mujeres a su marido, como si fuera el Señor, [23] porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. [24] Así como la Iglesia es dócil a Cristo, así también las mujeres deben ser dóciles en todo a su marido. [25] Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, [26] para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, [27] porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. [28] Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.

(C.I.C 1641) "En su estado y modo de vida, los cónyuges cristianos tienen su carisma propio en el Pueblo de Dios" (Lumen gentium, 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación de los hijos" (Lumen gentium, 11, 41). (C.I.C 1642) Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos" (Gaudium et spes, 48). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,2), de estar "sometidos unos a otros en el temor de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero: “¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición, que los ángeles proclaman, el Padre celestial ratifica? [...] ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu” (Tertuliano, Ad uxorem 2, 8, 6-7: PL 1, 1415-1416; cf. Familiaris Consortio, 13).

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