lunes, 8 de febrero de 2010

Ga 1, 21-24 El que nos perseguía ahora anuncia la fe

(Ga 1, 21-24) El que nos perseguía ahora anuncia la fe

[21] Después pasé a las regiones de Siria y Cilicia. [22] Las Iglesias de Judea que creen en Cristo no me conocían personalmente, [23] sino sólo por lo que habían oído decir de mí: «El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes quería destruir». [24] Y glorificaban a Dios a causa de mí.

(C.I.C 769) La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (Lumen gentium, 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, De civitate Dei, 18, 51: PL 41, 614; cf. Lumen gentium, 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (Lumen gentium, 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, ‘desde el justo Abel hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 770) La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente "con los ojos de la fe" (Catecismo Romano, 1, 10, 20) se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina. (C.I.C 1816) El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos […] vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (Lumen gentium, 42; Cf. Dignitatis humanae, 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo […] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

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