sábado, 19 de diciembre de 2009

2Co 3, 12-17 Porque el Señor es el Espíritu

(2Co 3, 12-17) Porque el Señor es el Espíritu

[12] Animados con esta esperanza, nos comportamos con absoluta franqueza, [13] y no como Moisés, que se cubría el rostro con un velo para impedir que los israelitas vieran el fin de un esplendor pasajero. [14] Pero se les oscureció el entendimiento, y ese mismo velo permanece hasta el día de hoy en la lectura del Antiguo Testamento, porque es Cristo el que lo hace desaparecer. [15] Sí, hasta el día de hoy aquel velo les cubre la inteligencia siempre que leen a Moisés. [16] Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. [17] Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.

(C.I.C 702) Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39. 46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de Cristo. Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que el Espíritu Santo ha inspirado en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos] (cf. Lc 24, 44).

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