miércoles, 9 de diciembre de 2009

2Co 2, 1-3 Mi alegría es también la de ustedes

2Corintios 2

(2Co 2, 1-3) Mi alegría es también la de ustedes

[1] Estoy decidido a no hacerles otra visita que sea para ustedes motivo de tristeza. [2] Porque si yo los entristezco, ¿quién me podrá alegrar, sino el mismo a quien yo entristecí? [3] Y si les he escrito lo que ustedes ya saben, fue para no apenarme al llegar, a causa de aquellos que debían alegrarme, porque estoy convencido de que mi alegría es también la de ustedes.

(C.I.C 1762) La persona humana se ordena a la bienaventuranza por medio de sus actos deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden disponerla y contribuir a ello. (C.I.C 1763) El término ‘pasiones’ pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo. (C.I.C 1764) Las pasiones son componentes naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la vida del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (Cf. Mc 7, 21). (C.I.C 1765) Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa del mal presente o en la ira que se opone a él. (C.I.C 1766) “Amar es desear el bien a alguien” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 26, 4). Los demás afectos tienen su fuerza en este movimiento original del corazón del hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado (Cf. San Agustín, De Trinitate, 8, 3, 4: PL 42, 949). “Las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 7: PL 41, 410).

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