(Ap 9, 11-19) Su rey era el Ángel del Abismo
[11] Su rey era el Ángel del Abismo, cuyo nombre es «Destructor»: «Abadón», en hebreo, y «Apolión», en griego. [12] La primera calamidad ha pasado, pero sepan que todavía faltan dos más. [13] Cuando el sexto Ángel tocó la trompeta, escuché una voz que provenía de los cuatro ángulos del altar de oro que está delante de Dios. [14] Y esa voz dijo al sexto Ángel, al que tenía la trompeta: «Suelta a los cuatro Ángeles que están encadenados junto al gran río Éufrates». [15] Y fueron soltados los cuatro Ángeles que estaban preparados para la hora, el día, el mes y el año en que debían exterminar a una tercera parte de los hombres. [16] Su ejército constaba de doscientos millones de jinetes: yo pude oír este número. [17] En la visión vi así a los caballos y a los jinetes: los jinetes llevaban corazas de fuego, de jacinto y de azufre; la cabeza de los caballos se parecía a la de los leones, y su boca vomitaba fuego, humo y azufre. [18] Una tercera parte de los hombres fue exterminada por estas tres plagas: el fuego, el humo y el azufre que salía de la boca de los caballos. [19] Porque el poder de esos caballos reside en su boca y en sus colas: sus colas son como serpientes, que tienen cabezas con las cuales hacen daño.
(C.I.C 393) Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 18 [De fide orthodoxa 2,4]: PG 94, 877). (C.I.C 394) La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios. (C.I.C 395) Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).
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