Santiago 5
(St 5, 1-3) Ustedes, los ricos, lloren y giman
[1] Ustedes, los ricos, lloren y giman por las desgracias que les van a sobrevenir. [2] Porque sus riquezas se han echado a perder y sus vestidos están roídos por la polilla. [3] Su oro y su plata se han herrumbrado, y esa herrumbre dará testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un fuego. ¡Ustedes han amontonado riquezas, ahora que es el tiempo final!
(C.I.C 2444) ‘El amor de la Iglesia por los pobres [...] pertenece a su constante tradición’ (Centesimus annus, 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf. Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf. Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cf. Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de hacer partícipe al que se halle en necesidad (Ef 4, 28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf. Centesimus annus, 57). (C.I.C 2445) El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta: “Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5, 1-6). (C.I.C 1867) La tradición catequética recuerda también que existen ‘pecados que claman al cielo’. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf. Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf. Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf. Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf. Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf. Dt 24, 14-15; St 5, 4). (C.I.C 2463) ¿Cómo no reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola en la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria? (cf. Lc 16, 19-31) ¿Cómo no escuchar a Jesús que dice: ‘A mi no me lo hicisteis?’ (Mt 25, 45).
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