(Gn 2,4b-6) Había ningún hombre para cultivar el suelo
4b Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, 5 aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre para cultivar el suelo, 6 pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo.
(C.I.C 316) Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la creación. (C.I.C 317) Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda. (C.I.C 318) Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para "crear" en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada) (cf. DS 3624). (C.I.C 319) Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza. (C.I.C 320) Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espiritu Creador que da la vida. (C.I.C 321) La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último. (C.I.C 322) Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf. Mt 6, 26-34) y el apóstol san Pedro insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros" (1P 5, 7; cf. Sal 55, 23). (C.I.C 323) La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.
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