martes, 27 de marzo de 2012

Gn 1,27c Los creó varón y mujer

(Gn 1,27c) Los creó varón y mujer

27c los creó varón y mujer.

(C.I.C 369) El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la sabiduría y la bondad del Creador. (C.I.C 370) Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las "perfecciones" del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19). (C.I.C 383) "Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio ‘los creó hombre y mujer’ (Gn 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas" (Gaudium et spes, 12). (C.I.C 360) Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios "creó […] de un solo principio, todo el linaje humano" (Hch 17, 26; cf. Tb 8, 6): “Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios [...]: en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; [...] en la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo” (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus; cf. Nostra aetate, 1). (C.I.C 361) “Esta ley de solidaridad humana y de caridad” (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.

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